jueves, 22 de diciembre de 2011

Ildefonso


Lo siento, doctor, pero he tenido otra recaída. Claro, que supongo que es normal, siendo hoy el día del sorteo del gordo de navidad. Sí, ya se que hace una semana parecía tenerlo todo controlado, pero en cuanto he salido hoy a trabajar y he visto a todo el mundo viendo el sorteo, escuchando la radio, esas voces chillonas, desafinadas, con la cantinela contínua. Pues nada, que me he lanzado contra la gente gritando y tirándolo todo por los suelos. Al final ha venido la policía y, bueno, el resto ya lo sabe.
Es que no puedo evitarlo, doctor, es oír esas voces y me acuerdo de la mía propia. Mi vida ha sido un infierno por culpa de ese maldito sorteo. Mi padre me puso Ildefonso al nacer, y me preparó desde la más tierna infancia para que fuese un maldito niño de San Ildefonso, valga la redundancia. Porque al parecer, antes los dichosos niños eran unos huérfanos que una vez al año encontraban la posibilidad de ser queridos, aunque solo fuera por el maldito interés, que incluso alguno fue adoptado por haber cantado el premio gordo. Así que todos los huerfanitos soñaban con ser un niño de San Ildefonso, y los pobres desgraciados que vivían en ese colegiucho de tres al cuarto pasando penurias durante todo el año, al llegar la navidad se sentían especiales. Pero luego ya se abrió la veda, cuando el colegio abrió las puertas para niños con padres. Así que mi progenitor pensó que si me ponía el nombre del santo y me metía a estudiar en ese colegio, a la suerte no le iba a quedar más remedio que concederle el premio a él. Me puso en clases particulares de dicción y entonación, para que tuviera cierta ventaja sobre los demás a la hora de ser elegido. Yo estaba más preparado que ninguno, y mi padre ya se veía en las Bahamas, con el billete de lotería en la mano.
Y me eligieron, vaya que si me eligieron. Yo entré a formar parte de los niños de la lotería el 22 de diciembre del año 2002. Que si no lo recuerda, ya se lo digo yo, fue el año que empezó a hacerse el sorteo en euros. Aquello fue un desastre sin precedentes, yo toda la vida ensayando aquello de "cientocincuentamiiiiiiiiiil peseeeetaaaaaasss", que me sabía la cantinela desde que tenía tres años, y de pronto nos sueltan aquellas cifras imposibles, con la misma musiquilla, que era imposible de meter, que ni siquiera tenía la misma cantidad de sílabas. Lo que le digo, un desastre, mi padre no me habla desde entonces. Y a mí, cada vez que oigo el sorteo en euros, me dan ganas de sacar una escopeta recortada y liarme a tiros. Que total, la gente se gasta una pasta gansa en el maldito gordo de navidad cuando con un euro se pueden ganar mucho más con la primitiva, y encima los números los dicen unas tías buenorras que ni gritan ni nada.

martes, 20 de diciembre de 2011

Ángulos

El caleidoscopio fue el regalo de Santi cuando cumplió los cuatro años. Sus padres le habían regalado también un camión de bomberos y sus tíos una pistola dorada, pero nada de aquello pudo hacer la más mínima competencia al mágico cilindro y sus fascinantes imágenes. Santi pasaba horas y horas mirando a través de aquel tubo, girándolo y girándolo, descubriendo cada vez una nueva combinación maravillosa, hipnótica. Llevaba el caleidoscopio consigo a todas partes, y como la profesora no se lo dejaba ver en clase, esperaba ansioso a la hora del recreo para poder volver a jugar con él. Poco a poco se fue aislando del resto de niños, y la cosa no fue sino a peor, porque a medida que se fue haciendo mayor su fascinación por el objeto fue creciendo con él. Aprendió a construirlos, de tal forma que podía ir cambiándolos y usándolos de diferentes maneras. Inventó uno con letras, y con su ayuda escribió los más hermosos y estrambóticos poemas. Hizo otro con partes de animales, y de él surgieron las más fantásticas criaturas que poblaron su universo imaginario. Hubo un tercero que unía notas musicales, y pudo con esto componer bellas melodías que deleitaban sus oídos y le llenaban de paz interior. Con cada caleidoscopio, Santi construía una realidad diferente, un mundo de fantasía donde todo era posible, lleno de objetos brillantes, máquinas vivas y animales imposibles. Ver la vida a través de aquellos cristales se convirtió en una verdadera obsesión, ya la idea de ver las cosas en tres simples dimensiones le resultaba terriblemente obsoleta y aburrida, así que terminó por construir un último caleidoscopio en forma de gafas de cristales de colores, de forma que ya no tendría que separarse en ningún momento de su pasión. Por fin vería el mundo como lo imaginaba en su propia cabeza. Caminaba por las calles observándolo todo con verdadero interés, de repente, las fachadas resultaban muchísimo más interesantes, los bancos, las papeleras, las farolas, todo tenía ahora un toque especial, un punto distinto. Y absorto como estaba en esto, se tropezó con Cristina. Cuando recuperó el sentido después del gran empujón se acercó a ella para pedirle disculpas y entonces se maravilló de su belleza, la estudió como hacía con todo, desde todos los ángulos posibles, puede que realmente no fuera la mujer más hermosa del mundo, pero sí lo era de su mundo, era perfecta en su conjunto, caleidoscópicamente perfecta.
- Toma -dijo ella rompiendo su ensimismamiento-, se te ha caído esto.
La chica llevaba en sus manos las gafas de caleidoscopio, que con el golpe habían salido volando. Santi había estado admirando su belleza tal cual era, sin los añadidos de sus cristales, simple y pura tercera dimensión. Y comprendió que maquillar la realidad es bonito, pero que es mucho más bonito disfrutarla tal cual es, porque quizá tardes más en encontrar su belleza, pero cuando la encuentras es de verdad, y no desaparecerá al quitarte las gafas de caleidoscopio.

jueves, 15 de diciembre de 2011

Primer aniversario

Pues hoy hacemos nada más y nada menos que un año en este blog, y con la friolera de (ahora mismo mientras escribo) 19.149 visitas!!! Es increíble, de verdad. Cuando empecé este rincón de "2 minutos" fue más que nada por un imperativo de mis amiguetes, que leían mis cuentos en el facebook y me daban el coñazo todo el santo día para que creara un blog, un mundillo que yo desconocía por completo. Finalmente, me decidí a hacerlo, lo intenté un par de veces (soy un poco nulo para estas cosas) y lo conseguí tal día como hoy hace ya un año enterito.
He optado por no escribir ninguna de mis rarunas, simplemente unas pocas palabras para agradeceros a todos los que sé que me leéis, y a los que no os conozco (gente de un montón de países, lo que me parece increíble), aún más si cabe (bueno, igual, que luego los q sí conozco se enfadan y esos me pueden pegar y todo).
El caso es que este se ha convertido en un rincón muy especial para mí, un sitio donde a veces estoy triste, a veces alegre, a veces ingenioso y a veces melancólico, pero donde siempre soy yo. Porque soy yo en cada uno de mis fugaces 2 minutos, ellos son mi alma, mi pensamiento, en definitiva, mi forma de ver el mundo. Gracias por dejarme compartirlo con vosotros durante este intenso año, y espero que sigais ahí en los tiempos venideros.
PD: he reconfigurado el blog para que podáis opinar todos los que queraís hacerlo, ya se puede escribir libremente, y si teneis preguntas o peticiones, serán todas bienvenidas ;-)

jueves, 1 de diciembre de 2011

La barrera

Tengo Sida. Supongo que no tengo que explicar la diferencia entre VIH y Sida a estas alturas, así que no me he equivocado al escribir, tengo Sida. Adivino que al leer estas primeras líneas ya te has hecho una idea de mi vida. pues te equivocas. Soy mujer, heterosexual, de cuarenta y nueve años, casada y con un hijo. Ahora te habrás hecho una nueva idea de todo, pues también te equivocas, no me he acostado con nadie ni mi marido ha sido infiel. Todo fue hace mucho tiempo, cuando todavía no tenían muy claro cómo se transmitía el virus, y me hicieron una transfusión de sangre contaminada, así de simple. Si, como dicen algunos, esta enfermedad (o síndrome o lo que quieran llamarle) es un castigo de Dios, entonces, Dios va a tener que revisar sus papeles, porque algo no le ha salido del todo bien.
El caso es que estuve mucho tiempo sin saber que tenía el VIH, porque lo tenía antes incluso de tener a mi hijo. Y por alguna condescendencia divina, el niño nació limpio, los médicos ni siquiera saben explicar cómo, pero yo no me quejo, claro. Nada me hacía pensar que habría algún motivo por el cual yo podría adquirir el dichoso virus, por lo que jamás se me ocurrió hacerme las pruebas. Quizá si lo hubiese sabido antes, podría haber tenido más cuidado y se habría desarrollado más tarde. Pero con quizás no se escribe la historia, ¿verdad?
Es duro tener Sida. No es como antes, quiero decir, nuestra calidad de vida es mucho mayor, ya no tenemos que tomar mil medicamentos al día que te destrozan el cuerpo y la mente, pero eso no es lo realmente duro. Lo insoportable es que es una enfermedad que ataca al amor, justo donde más te duele. A estas alturas sé perfectamente cómo se transmite el VIH, en casa tomamos todas las precauciones para evitar que mi marido y mi hijo se contagien. Ellos me cuidan, me miman, me tocan sin ningún pudor, me quieren sin reservas, pero yo no puedo. Aunque mi cerebro sabe lo que tiene que hacer para que a los míos no les pase nada, mi corazón nunca olvida lo que llevo dentro, y esto crea una barrera que me impide disfrutar del contacto de mis seres queridos. Es tan horrible sentir rechazo cuando mi hijo me abraza, cuando mi marido me besa en los labios... Pero no lo puedo evitar, me siento aislada, como si el antiguo telón de acero se hubiese levantado a mi alrededor y me dejase dentro, atrapada, sola, desamparada.
Esta es la tercera neumonía que tengo. Sé que la cosa va a peor, no me engaño. Los médicos me dicen que no pierda la esperanza, que cada día aparecen nuevos remedios, revolucionarios fármacos, que algún día se encontrará la cura definitiva. Pero yo sé que no es verdad. Si las empresas farmacéuticas hubiesen querido encontrar una cura ya lo hubiesen hecho. O sea, ya hemos salido al espacio exterior, tenemos decodificado el código genético y hasta existen robots del tamaño de una mosca, ¿y no podemos encontrar una cura para combatir un simple virus? No, todo es dinero. Así de simple. Las multinacionales de los fármacos prefieren cronificar una enfermedad antes que curarla, les resulta mucho más rentable. Y yo, mientras tanto, moriré con miedo a tocar a mi propio hijo.