lunes, 30 de enero de 2012

El corazón cantarín

Todo el mundo pensaba que Mario era un chulillo, de esos que se hacen los chicos duros para que todas las chavalas acaben como locas detrás de ellos. Pero esto no era cierto, en realidad, Mario era muy poco consciente de su atractivo, y lo que la gente consideraba chulería era más bien despiste y una autoestima un poco tocada. A priori nadie podría creer esto, porque era un tipo realmente guapo, pero son cosas que pasan, una infancia difícil puede hacer mella hasta en la cara más bonita. Así que desde pequeño, el chaval aprendió que lo mejor era pasar desapercibido. Que nadie se fijara en él era la forma ideal de evitar los problemas. Ya de niño empezó a usar su mejor cara de apático cuando las vecinas y demás alababan su belleza y cuando se convirtió en un adolescente guaperas y todas las chicas le miraban al entrar en los sitios, aprendió a mirar hacia el infinito mientras se movía entre todos, para evitar cualquier tipo de contacto visual. Finalmente, esto se convirtió en un hábito tal que un día, Mario olvidó el motivo por el que se había alejado tanto del resto del mundo. Y lo que realmente era una autoestima dañada, él terminó por acuñarlo como un "despiste incurable".
Los problemas empezaron el mismísimo primer día de trabajo. Era verdad que estaba nervioso, la entrada al mundo laboral (el de verdad, no esas cosas que haces en verano para ganarte unas pelillas) es el paso definitivo para entrar en la edad adulta, así que es normal que te sientas un poco inquieto. Pero lo cierto es que todo se estaba desarrollando bien en la oficina, hasta que apareció Elsa para pedirle que preparara unos documentos para nosequé presentación. Él no pensó nada en concreto, simplemente le sonrió y se dispuso a preparar lo que le había pedido la otra. Y en aquel momento sonó la canción. Al principio era algo muy bajito, casi inaudible, de forma que a Mario le pareció el típico zumbido que se te pone en los oídos, pero poco a poco, aquello fue subiendo de tono, hasta que se empezó a distinguir una cursi canción de amor. El chico desconocía por completo la fuente de aquella voz, no tenía ninguna radio cerca y en el ordenador no tenía puesta ninguna música. El sonido se fue haciendo cada vez más fuerte, y Mario puso su despacho patas arriba en busca del origen de la dichosa canción. Cuando ya no quedaba ningún rincón por registrar, de repente, el chaval se dio cuenta de que el sonido provenía de su interior. Era su corazón el que cantaba aquella empalagosa canción. Y tan pronto como había comenzado, paró.
Aquellole sumió en un mar de dudas, pero terminó por dejarlo como algo anecdótico. Al día siguiente, llevó los documentos al despacho de Elsa, y justo cuando entró, empezó a oír el ligero soniquete de la puñetera canción. Casi le lanzó los papeles a la mesa y salió despavorido a encerrarse en su propio despacho hasta que su corazón terminó de cantar. Y esto fue lo que pasó cada día cuando Elsa entraba en su radio de acción. No acababa de verla cuando ya su corazón se ponía a cantar como un loco, y al pobre Mario no le quedaba más remedio que huír despavorido. Su vida en la oficina se convirtió en un infierno, así que se fue al médico y pidió una baja por depresión. No podía volver a ese sitio, no podía volver a ver a Elsa.
Al quinto día de estar en casa ocioso, ansioso, hecho un asco, sonó el timbre de la puerta. El chico ni siquiera echó un vistazo y abrió la puerta, pensando que era su madre, que previamente le había amenazado con visitarle.
- Hola, Mario, me han dicho en la oficina que estabas enfermo y he pensado que quizá necesitarías algo...
Allí estaba ella, de pie, frente a él, dejándole sin escapatoria. Su corazón comenzó a cantar.
- Esa canción -dijo Elsa-, la he escuchado antes...
 El pobre Mario, avergonzado y sin tener a dónde ir, se llevó las manos al pecho en un futil intento de acallar a su cantarín corazón, que ya para entonces, berreaba como un loco. En aquel momento, lo único que quería era que el suelo se abriera y se lo tragara enterito, o arrancarse el corazón y lanzarlo lejos, como si fuera una granada.
Entonces, Elsa le agarró suavemente las manos y se las apartó del pecho.
- Déjale que cante,  me parece que ya le has obligado demasiado tiempo a estar callado. Y esta es la canción más hermosa que me han cantado jamás.
Por primera vez, Mario la miró directamente a los ojos y entonces vio la mujer más hermosa del mundo. Y esto mientras escuchaba la más bella canción de amor.

martes, 3 de enero de 2012

No me olvides

Lo de la memoria de Carmen comenzó poco a poco, de esas cosas que al principio no das importancia: el no saber qué día de la semana era, el nombre de un primo lejano, loa enseres de la compra... Cosas típicas de la edad, pensaba Gerardo, que ya eran muchos años a la espalda y que uno se olvide de esas tonterías pues es lo más normal del mundo. Pero lo cierto es que su memoria fue a peor, hasta que un buen día, Carmen olvidó quién era Gerardo.
Que el amor de tu vida, con el que has pasado casi sesenta años, de repente no sea capaz de reconocerte es un golpe demasiado duro, es como que te arrancan una parte de ti mismo, porque tus recuerdos no son de ti solamente, sino que son recuerdos de dos y si uno de ellos los olvida, es como si jamás hubiesen existido. Así que Gerardo no iba a permitir que su vida desapareciera, porque puede que no fuese la mejor vida del mundo, pero era la suya, la suya y la de su mujer, y había sido una buena vida. Si todos los pretendientes que la habían rondado no le echaron para atrás cuando eran jóvenes, una enfermedad estúpida no lo iba a hacer ahora. Así que Carmen no le recordaba, ¿verdad? pues entonces, lo que tendría que hacer era volver a enamorarla, tampoco sería tan difícil, porque ella no sabría quién era él, pero él la conocía perfectamente a ella.
La mujer estaba sentada en el comedor de su casa cuando apareció su marido. Gerardo llevaba el traje de los domingos y un ramo de Nomeolvides, las flores favoritas de ella.
- Buenos días, señorita -dijo él acercándose a ella-, ¿me permite acompañarla en este ratito?
- Oh, me encantan estas flores -dijo ella a modo de respuesta-. ¿Es usted de por aquí?
- De aquí al lado -Gerardo puso el cd en el reproductor como le había explicado su nieto Antonio-, ¿le parecería un atrevimiento si le pido que baile conmigo?
- Recuerdo esta canción, era mi preferida...
Carmen se dejó levantar, tomada de la mano, con los ojos brillantes y ligeramente ruborizada. Mientras bailaban, ninguno de los dos pudo apartar la vista del otro. Y así estuvieron un buen rato, disfrutando de su compañía mutua como si fuera la primera vez, para ella porque no recordaba las anteriores, para él porque era todo como cuando se conocieron.
- Dígame, señorita -dijo él al final de la cita-, ¿me concedería el honor de poder visitarla de nuevo mañana?
- Me encantaría, caballero -respondió ella emocionada-, pero no sé si le voy a recordar, últimamente no sé dónde tengo la cabeza.
- No se preocupe, no tiene usted que recordar nada, ya lo haré yo por los dos.
Y así, todos los días, Carmen y Gerardo tenían de nuevo su primera cita.