miércoles, 25 de julio de 2012

Des-nudos

Gabriel nació con una pequeña particularidad en los ojos: era incapaz de ver cualquier tejido. Al principio no fue consciente de aquel defecto óptico, allí, en la sala de partos, pues veía a todo el mundo como él mismo estaba. La cosa es que luego, después de darle un baño refrescante le pusieron alrededor de la piel algo invisible. Con los años, no perdió la fascinación por aquellas cosas imposibles de ver con las que le envolvían. Era realmente extraño, porque aunque todas las ropas eran igual de invisibles para sus ojos, el tacto que provocaban era notablemente diferente. Normal, no es lo mismo una camisa de seda que un pantalón vaquero. Lo mismo le pasaba con la cama, por ejemplo. Incapaz de ver las mantas, sábanas e incluso el algodón que envolvía el propio colchón, Gabriel se acostaba hipnotizado ante los muelles sobre los que su cuerpo flotaba de una manera casi mágica.
En esos primeros años, sus padres creyeron que la forma en que Gabriel miraba las ropas, la cama, el sofa, etc, era la normal curiosidad de la etapa inicial de una vida. Pero El niño fue creciendo y esa curiosidad no desapareció, muy al contrario, fue aumentando y trasladándose a otros campos. Cualquier cosa hecha de tela, un mantel, un forro, una cortina, todo era imposible de observar para él y la reacción de los demás frente a aquello que para él no existía le llamaba poderosamente la atención.
Ya con cierta edad, le llevaron a la playa y allí observó dos cosas que despertaron su curiosidad: la primera eran los niños que jugaban con cometas, cosa que para él era los niños que elevaban los brazos hacia el cielo, echaban a correr y reían, y la otra era el comportamiento de la gente. La personas en la playa se comportaban diferente. Gabriel no entendía que esto era debido a la falta de ropa, porque su entendimiento del tema no pasaba del sentido del tacto. En la ciudad, la gente se movía de forma diferente, más seguros de si mismos, audaces, fuertes, en comparación con sus mismos movimientos en la playa, que eran torpes, asustadizos, intentando a veces incluso taparse con las manos. Y lo más curioso de todo esto era que nadie parecía darse cuenta de ello, salvo el propio Gabriel.
Aquello le maravillaba. Gabriel no paraba de observar a la gente, sus movimientos, sus relaciones con el entorno, con los demás, y llegó a la conclusión de que todos eran frágiles, que había algo en la ciudad que les asustaba, y esa era la razón por la que exhibían aquella actitud agresiva, pretendidamente segura y fuerte.
Su mirada profunda empezó a asustar a todos. La gente se sentía observada, desnuda bajo sus ojos. Cuando hablaban con él, parecía como si supiera perfectamente cuán asustados podían sentirse, así que comenzaron a evitarle. Sus amigos le rehuían con excusas baratas, hasta sus propios padres se dejaban ver cada vez menos. Nadie soporta que descubran su coraza, nadie soporta verse desnudo frente a los demás. Pero Gabriel, con su pequeño defecto genético, lo entendió todo. Nudos, eso es lo que tenemos todos dentro. A medida que vamos creciendo, se nos van enredando nudos y más nudos, que nos atrapan, que nos impiden avanzar, ser felices. Así que estar desnudos es eso, librarse de todos esos nudos que nos atan a la miseria. Y, como los demás eran incapaces de verlo, Gabriel decidió que esta era su misión en la vida, Nunca más volvió a ponerse una ropa encima, y se mostró siempre a los demás como él mismo los veía a ellos, des-nudo.
Al principio, esto chocó a las personas de su entorno, pero poco a poco, dejaron de temerle, de sentirse desprotegidos frente a él, ya que Gabriel aparecía con todos sus miedos e inseguridades, con su completa humanidad. Porque, en el fondo, todos seguimos siendo pequeños asustadizos, y escondemos esa fragilidad bajo un montón de telas con el pretexto de que nos sirven de abrigo.