lunes, 3 de diciembre de 2012

El pescador de sueños

Al principio, cuando la funcionaria de la oficina de empleo le ofreció aquel puesto de trabajo, a Luis no le pareció muy buena idea. Él no tenía ni idea de cómo se hacía aquello, en fin,  no sabía ni de qué iba la cosa,a pesar de que era ingeniero naval, pero, claro, la verdad es que no estaba el panorama como para andar desechando nada. Así que finalmente aceptó la oferta y se convirtió en un pescador de sueños.
Y así fue como comenzó su nueva vida. Luis se levantaba muy temprano todas las mañanas y, tras un buen desayuno, se subía a su pequeña barca y se adentraba en las turbulentas aguas del mar onírico, el mar donde se perdían todos los sueños que no llegaban a buen puerto. Con tranquilidad, Luis colocaba su caña en posición y se disponía a rescatar todos los sueños y las ilusiones perdidas. La primera vez que pescó algo fue el sueño de Alicia, que desde los cinco años había soñado con ser una famosa cantante, pero la vida y las circunstancias le obligaron a abandonar aquel deseo a la deriva. Luis lo levantó con la caña y lo recogió con suavidad con una red hasta colocarlo suavemente en la cesta. Alicia ya no cumpliría su sueño, pero ahora otra persona podría aprovecharlo. Fue un momento emocionante, aunque luego esta fue una de las pescas más frecuentes en su trabajo.
Pasó el tiempo y Luis se hizo un experto pescador. Había un montón de sueños como el de Alicia, de gente que quería cantar, actuar, bailar... pero también había otros que eran muy diferentes e interesantes, como el sueño de Gabriel de ser domador de elefantes, un sueño que pesaba una barbaridad, o el sueño de Lucía de convertirse en una arriesgada trapecista, o el de Alfonso que quería llegar a ser un gran explorador. Eran sueños bonitos, diferentes, tanto que eran mucho más difíciles de colocar que los otros más comunes. 
Luis llegó a estar muy a gusto con su trabajo de pescador. Es decir, tenía un  buen sueldo, con sus pagas extra y sus vacaciones, además de no tener jefe directo ni nadie que le diese el coñazo, y los sueños que pescaba eran bonitos, algunos muy originales. Resultaba un poco triste pensar que esos sueños no se realizaron, que no llegaron a convertirse en reales, pero Luis se consolaba pensando que gracias a que él los rescataba quizá otra persona pudiera llevarlos a cabo.
Y así fueron pasando los años, con muy pocas novedades o sobresaltos. Luis seguía encontrando sueños curiosos, como el de Fernando, que quería construir el zoológico más grande del mundo y conservar en él a todas las especies en peligro, o el de Cristina, que soñaba con ser la primera persona que viajase a otra galaxia, y sueños comunes como el de Sara de tener una familia y un hogar o el de Antonio, que lo único que quería en la vida era que le cogiesen para entrar en la casa del Gran Hermano. Luis los recogía todos sin distinción, siempre había alguien a quién le interesaría cumplirlos.
Un día, Luis pescó un sueño suyo. De primeras no lo distinguió, porque ya había pasado mucho tiempo desde que lo había desechado, pero luego se dio cuenta de que le pertenecía. Era el sueño de Luis por irse a vivir a otro país para trabajar de su verdadera profesión, ingeniero naval, aprender idiomas y tener un montón de experiencias diferentes. Aquel sueño se le había hecho pesado, era difícil alejarse de la familia, de los amigos, era difícil vivir sin apenas dinero, y en un país en el que ni siquiera podrías comunicarte con fluidez. Así que Luis simplemente, lo había abandonado.
Un poco confuso, decidió no llevar su sueño al departamento de recolocación. Lo dejó sobre la mesa de la cocina y lo observó atentamente. Le daba miedo pero no podía dejar de observarlo. El trabajo de pescador de sueños le proporcionaba estabilidad, calma y aprobación por parte de los otros, era un buen trabajo. Sin embargo, Luis no podía evitar la llamada de aquel sueño. Si su vida era tan buena, ¿por qué no podía apartar los ojos de aquello que estaba encima de la mesa?
Así estuvo toda la noche, mirando y pensando. Al día siguiente, Luis presentó su dimisión en el trabajo. Tenía algo de dinero ahorrado y había comprado un billete de ida para Holanda. Sus familiares y amigos no lo entendían, estaban escandalizados, ¿cómo podía abandonar la seguridad de la vida que llevaba para lanzarse a la locura de perseguir un sueño? Pero Luis ya no tenía dudas, porque después de la experiencia de trabajar como pescador de sueños había comprendido que abandonarlos puede proporcionar seguridad, pero desde luego, no felicidad, ¿y para qué quiere nadie una vida segura si al final de ella te das cuenta de que no has sido feliz?

3 comentarios: