viernes, 5 de agosto de 2011

Mi mejor yo

Mi mejor yo era un tipo estupendo.Tenía el encanto de los guapos que no saben que lo son. Tenía una personalidad arrogante con un punto de timidez que le hacía resaltar su belleza y una mirada penetrante que parecía saber todo sobre la persona en la que se clavaba.  Era casual, inconsciente, y caótico en su vestir, porque parecía no importarle lo que los demás pensaran de su persona. Era capaz de dormir nueve o diez horas seguidas (con pequeños intervalos de cinco minutos, secuelas de una infancia de alergia asmática) y se levantaba estupendo, de buen humor, deseoso de ver lo que el mundo le ofrecía cada mañana. Siempre salía bien en las fotos, a pesar de lo desastroso que estuviera, porque cuando la gente veía la imagen sólo era capaz de fijarse en sus ojos llenos de vida.
Mi mejor yo se alimentaba correctamente. Comía cosas a la plancha y generosas ensaladas, pero tenía un punto de gula que compensaba los fines de semana con alguna pizza o hamburguesa. Hacía deporte regularmente, porque le atraía aquel pensamiento latino de "Mens sana in corpore sano" y dedicaba mucho tiempo de su entrenamiento a estirar todos los músculos de su cuerpo llegando a tener una elasticidad más que digna.
Mi mejor yo gustaba de aprender siempre cosas nuevas. Devoraba libros por el simple placer de saber, disfrutaba de la música, los idiomas, las novelas, las matemáticas, los hallazgos científicos y las cuestiones humanas, porque sabía que al final todo se reducía a eso, a saber cómo son las personas y porqué.
Mi mejor yo confiaba en la gente de su entorno. Mostraba un cinismo inocente, falso por propia definición, porque en realidad pensaba que todos querían lo mismo: un mundo mejor que el que nos encontramos al llegar. Era voluntario en diferentes ONGs y se sentía bien ayudando a los demás en lo que podía. Una vez le hicieron una carta astral de esas y en ella le decían que había venido a este mundo para enseñar a las personas a quererse a si mismas. En lugar de reirse de semejante estupidez, mi mejor yo encontró que esa era la misión más bonita del mundo.
Mi mejor yo era enamoradizo. Era capaz de hallar el amor hasta debajo de las piedras. Todas las semanas le rondaba alguna persona por la mente y jugueteaba con la idea de que aquella vez fuera para siempre. Porque mi mejor yo se enamoraba para siempre cada vez.
Le echo de menos. Yo no soy capaz de dormir más de cinco horas seguidas. No sé en qué momento de esta larga carrera me abandonó, pero en el fondo no pierdo la esperanza de que vuelva conmigo. Y eso me hace tener fe. Porque el no perder nunca la esperanza era un rasgo de mi mejor yo y no mío.

Indignado

La Puerta del Sol estaba acordonada por la policía, los helicópteros no paraban de revolotear alrededor, como sabuesos que buscan a su presa. La gente estaba asustada, desorientada, hacía ya muchos años que la dictadura había acabado, así que el estado de sitio les quedaba a todos un poco lejos, la mayoría ni siquiera sabía lo que eso era. Unos pocos valientes se acercaban a los alrededores del centro de la capital, ansiosos, frustrados ante lo que consideraban injusto, luchando por su propia libertad y la de sus congéneres. Luego estaban otros, que incluso inicialmente estaban de acuerdo con el movimiento revolucionario, que habían decidido que ya estaba bien de jaleo, y que la policía hacía bien en desalojar a aquellos que no hacían más que estorbar y pertubar a las personas. Y en estas estaban todos, revolucionados, revolucionando, cuando Dios apareció en medio de la mismísima Puerta del Sol.
Estaba callado, como meditando, vestía una ropa muy normal, así como tirando a rollo tiradillo, hippie, incluso pelín perro-flauta, si no fuera por la fuerza que emanaba, nadie se hubiese dado cuenta de quién era. Pero no había duda, era Dios, el supuesto creador de todo lo que existe. El silencio se hizo casi eterno, hasta que por fin, él mismo decidió hablar. Cuando lo hizo todo el mundo escuchó, y cuando digo todo el mundo, me refiero a todo el planeta. ¿Qué cómo pudo? Fácil, era Dios.
- ¿Os habéis vuelto locos? -fue lo primero que salió de su boca- Os doy un planeta para vivir, para que lo hagáis vuestro propio paraiso, os dejo una infinidad de maravillas, paisajes, alimentos, plantas, animales, os lo doy todo para ser felices y  la libertad para hacer lo que considereis conveniente, y vosotros vais y le dais el poder a cuatro sinvergüenzas que están destrozando vuestras vidas y el propio planeta.
Silencio.
Ahora resulta -continuó-, que vienen unos señores que dicen que hablan en mi nombre y vosotros les seguís a pies juntillas sin decir ni esta boca es mía. ¿Para qué os he dado yo un cerebro? O sea, que envío a mi hijo a que nazca en la familia más pobre y que predique el amor, y estos aparecen ahora, gastando fortunas en vivir como reyes, amasando dinero y poder como si fueran los únicos que vivieran en el mundo, y vosotros creéis que hablan en mi nombre. ¿Sois imbéciles?
Silencio.
-¿Creéis que si ese Papa creyera en mi haría las barbaridades que hace? Deciden que el sexo es sólo para procrear y condenan a un continente como África a morir antes que a usar preservativos, porque es la palabra de Dios. ¿No os enseñé que la palabra de Dios era Amor? ¿No os dije que os amarais los unos a los otros? ¿Acaso sois más felices viendo cómo este señor se lo queda todo? ¿Pero no veis cómo la gente se muere de hambre mientras aquí se gasta el asqueroso dinero para que él venga y os liais a pelearos todos por su simple visita?
Silencio.
- Tenéis que acabar con esto de una vez. Tenéis que tomar las riendas de vuestra vida. Sé que es más fácil dejarse llevar, que otros tomen las decisiones, pero ya es tiempo de que esto acabe, de que seáis responsables de vuestra propia vida, porque es vuestra y nadie la va a vivir por vosotros. Haced lo que debéis hacer y dejad de poner vuestras almas en manos de quien no la tiene. Sed libres, que es el mayor regalo que os he dado. Y recordad una cosa: Amar nunca es pecado.
Y con este último mensaje, desapareció.
¿FIN?

lunes, 1 de agosto de 2011

Ecos de amor

Orlando no estaba loco, ni era tonto ni nada por el estilo. Lo único que ocurría es que llevaba demasiado tiempo solo en aquella montaña. En un principio, había sido él mismo quién había decidido alejarse del bullicio, de la hipocresía y de la falta de humanidad de las ciudades, y se había refugiado en aquel caserón apartado de cualquier signo de civilización. Y eso estuvo bien durante un tiempo. Aquello era un paraíso de paz y de armonía lleno de olores, colores y sabores que jamás podrían atravesar la crueldad de los edificios, ni los agresivos humos que envolvían a las grandes urbes. Pero con el paso del tiempo, la necesidad de comunicación se fue abriendo paso por entre las diferentes maravillas que le rodeaban, hasta que un día se le ocurrió un juego tonto: comunicarse con el eco de la montaña.
- Hooooolaaaaaaa -gritaba por las mañanas al borde del abismo.
- ...olaaaaaaaaa -le respondía el eco con suavidad.
- Buenoooos díaaaaaaas -deseaba Orlando a su eco.
- ...uenoooos díaaaaas -contestaba el otro con el mismo entusiasmo.
Poco a poco, el hombre fue desarrollando aquel juego y sin darse cuenta, profundizando en su relación con el eco, el cuál no sólo parecía escucharle, sino que había encontrado en él, un alma gemela, alguien que sentía las mismas pasiones, que vivía los mismos sueños. Así que no fue de extrañar que Orlando acabara por enamorarse del eco perdidamente.
- Te quierooooooooo -gritó por fin un día, un poco asustado ante la posibilidad del rechazo.
- ...e quierooooooooo -admitió el eco con idéntica pasión.
Le quería, su eco le quería. Orlando se sintió el hombre más afortunado de la tierra. No tenía otro pensamiento en el día que el de pasar el máximo tiempo al borde del abismo, para disfrutar de la compañía de su maravilloso amor.
- Te quieroooooooo.
-Yo también.
Orlando se asustó al escuchar aquella respuesta, pero al girarse vio a Marisa, la novia que su antiguo yo había tenido en la ciudad. Estaba plantada ante él, con aspecto decidido.
- Como no regresabas, he venido a buscarte -dijo al fin.
- Lo siento, llegas tarde -confesó él-, he dado todo mi amor al eco, y sólo a él pertenece mi corazón.
- Ya lo he oído -admitió ella-, ¿y cómo es eso posible?
- El eco me quiere, siempre me escucha, no se enfada conmigo, comparte mis sentimientos y también mis pensamientos. Mi eco me quiere, mira: Te quieroooooooo!!!
- ...e quierooooooo!!!
- ¿Lo ves?
- Bueno, puede que yo me enfadara contigo, que no siempre te diera la razón, que a veces incluso no te escuchara, pero ¿sabes qué? cuando yo te decía "Te quiero" lo hacía con todas las letras.