martes, 20 de septiembre de 2011

Midtown

Ella no lo entendía. Aquello estaba mal, el mundo se equivocaba y ella se había propuesto demostrarlo. Así que abandonó su asqueroso y minúsculo piso de alquiler, abandonó las duras calles que hasta entonces la habían mantenido y se fue a buscar a la Madre Gea. Decidió demostrar al mundo que la Naturaleza no tenía nada de sabiduría en sus acciones, que se equivocaba como un disléxico enfrentado a la lectura de una tesina.
Salió al mundo en su busca, por todos lados. Subió a los montes más altos, pensando que allí la encontraría, quizá en una especie de retiro espiritual, en alguna cueva escondida, como una prima lejana de Diógenes, en los Grandes Lagos, arropada por los bosques, en la Estepa Rusa, protegida por la fría nieve, o a lo mejor en el Sáhara, bajo el más implacable sol, o puede que en los recovecos aún vírgenes del Amazonas. No estaba en ninguno de esos lados. Recorrió los rincones más salvajes del planeta, encontró sus más bellas obras, pero la Madre Naturaleza no estaba en ninguna de ellas.
Volvió a casa derrotada y allí la encontró. Estaba literalmente tirada en un callejón, con un aspecto lamentable. Ella se acercó decidida, enfadada.
- Eres una mala pécora -fueron sus primeras palabras-.
- ¿Yo, por qué? -preguntó Gea levantando ligeramente la cabeza al notar que se dirigían a ella-.
- Todos dicen que eres sabia, pero si es así ¿por qué nos gustan las hamburguesas en lugar de las acelgas?, ¿por qué no haces que nos de asco el tabaco? -continuó ella con furia- ¿Por qué me hiciste hombre por fuera y mujer por dentro? La gente me odia por ser diferente, me desprecian, me abandonan, y todo es por tu culpa.
Gea la miró en silencio. Parecía meditabunda.
- Yo te hice perfecta -dijo al fin-, tan perfecta como las cascadas de Iguazú, como el Drago Milenario, como las selvas de Vietnam. Te hice perfecta para saber que el tabaco es malo y las acelgas buenas. Te hice perfecta para decidir quién eras y cambiar lo que no te gustara. Sois vosotros los que pervertís esa perfección con vuestro odio. Tú misma te has reído alguna vez de un gordo o una enana. Pero la perfección no está en ser todos iguales, sino en amar todas y cada una de las diferencias, porque son las que, al fin y al cabo, os hace únicos.

2 comentarios:

  1. Igual es que tengo el día más blandito que de costumbre, pero me ha encantado y me ha emocionado. Gracias.

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  2. Gracias a ti por leerme, si no, esto no tendría sentido ;-)

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