jueves, 22 de diciembre de 2011

Ildefonso


Lo siento, doctor, pero he tenido otra recaída. Claro, que supongo que es normal, siendo hoy el día del sorteo del gordo de navidad. Sí, ya se que hace una semana parecía tenerlo todo controlado, pero en cuanto he salido hoy a trabajar y he visto a todo el mundo viendo el sorteo, escuchando la radio, esas voces chillonas, desafinadas, con la cantinela contínua. Pues nada, que me he lanzado contra la gente gritando y tirándolo todo por los suelos. Al final ha venido la policía y, bueno, el resto ya lo sabe.
Es que no puedo evitarlo, doctor, es oír esas voces y me acuerdo de la mía propia. Mi vida ha sido un infierno por culpa de ese maldito sorteo. Mi padre me puso Ildefonso al nacer, y me preparó desde la más tierna infancia para que fuese un maldito niño de San Ildefonso, valga la redundancia. Porque al parecer, antes los dichosos niños eran unos huérfanos que una vez al año encontraban la posibilidad de ser queridos, aunque solo fuera por el maldito interés, que incluso alguno fue adoptado por haber cantado el premio gordo. Así que todos los huerfanitos soñaban con ser un niño de San Ildefonso, y los pobres desgraciados que vivían en ese colegiucho de tres al cuarto pasando penurias durante todo el año, al llegar la navidad se sentían especiales. Pero luego ya se abrió la veda, cuando el colegio abrió las puertas para niños con padres. Así que mi progenitor pensó que si me ponía el nombre del santo y me metía a estudiar en ese colegio, a la suerte no le iba a quedar más remedio que concederle el premio a él. Me puso en clases particulares de dicción y entonación, para que tuviera cierta ventaja sobre los demás a la hora de ser elegido. Yo estaba más preparado que ninguno, y mi padre ya se veía en las Bahamas, con el billete de lotería en la mano.
Y me eligieron, vaya que si me eligieron. Yo entré a formar parte de los niños de la lotería el 22 de diciembre del año 2002. Que si no lo recuerda, ya se lo digo yo, fue el año que empezó a hacerse el sorteo en euros. Aquello fue un desastre sin precedentes, yo toda la vida ensayando aquello de "cientocincuentamiiiiiiiiiil peseeeetaaaaaasss", que me sabía la cantinela desde que tenía tres años, y de pronto nos sueltan aquellas cifras imposibles, con la misma musiquilla, que era imposible de meter, que ni siquiera tenía la misma cantidad de sílabas. Lo que le digo, un desastre, mi padre no me habla desde entonces. Y a mí, cada vez que oigo el sorteo en euros, me dan ganas de sacar una escopeta recortada y liarme a tiros. Que total, la gente se gasta una pasta gansa en el maldito gordo de navidad cuando con un euro se pueden ganar mucho más con la primitiva, y encima los números los dicen unas tías buenorras que ni gritan ni nada.

martes, 20 de diciembre de 2011

Ángulos

El caleidoscopio fue el regalo de Santi cuando cumplió los cuatro años. Sus padres le habían regalado también un camión de bomberos y sus tíos una pistola dorada, pero nada de aquello pudo hacer la más mínima competencia al mágico cilindro y sus fascinantes imágenes. Santi pasaba horas y horas mirando a través de aquel tubo, girándolo y girándolo, descubriendo cada vez una nueva combinación maravillosa, hipnótica. Llevaba el caleidoscopio consigo a todas partes, y como la profesora no se lo dejaba ver en clase, esperaba ansioso a la hora del recreo para poder volver a jugar con él. Poco a poco se fue aislando del resto de niños, y la cosa no fue sino a peor, porque a medida que se fue haciendo mayor su fascinación por el objeto fue creciendo con él. Aprendió a construirlos, de tal forma que podía ir cambiándolos y usándolos de diferentes maneras. Inventó uno con letras, y con su ayuda escribió los más hermosos y estrambóticos poemas. Hizo otro con partes de animales, y de él surgieron las más fantásticas criaturas que poblaron su universo imaginario. Hubo un tercero que unía notas musicales, y pudo con esto componer bellas melodías que deleitaban sus oídos y le llenaban de paz interior. Con cada caleidoscopio, Santi construía una realidad diferente, un mundo de fantasía donde todo era posible, lleno de objetos brillantes, máquinas vivas y animales imposibles. Ver la vida a través de aquellos cristales se convirtió en una verdadera obsesión, ya la idea de ver las cosas en tres simples dimensiones le resultaba terriblemente obsoleta y aburrida, así que terminó por construir un último caleidoscopio en forma de gafas de cristales de colores, de forma que ya no tendría que separarse en ningún momento de su pasión. Por fin vería el mundo como lo imaginaba en su propia cabeza. Caminaba por las calles observándolo todo con verdadero interés, de repente, las fachadas resultaban muchísimo más interesantes, los bancos, las papeleras, las farolas, todo tenía ahora un toque especial, un punto distinto. Y absorto como estaba en esto, se tropezó con Cristina. Cuando recuperó el sentido después del gran empujón se acercó a ella para pedirle disculpas y entonces se maravilló de su belleza, la estudió como hacía con todo, desde todos los ángulos posibles, puede que realmente no fuera la mujer más hermosa del mundo, pero sí lo era de su mundo, era perfecta en su conjunto, caleidoscópicamente perfecta.
- Toma -dijo ella rompiendo su ensimismamiento-, se te ha caído esto.
La chica llevaba en sus manos las gafas de caleidoscopio, que con el golpe habían salido volando. Santi había estado admirando su belleza tal cual era, sin los añadidos de sus cristales, simple y pura tercera dimensión. Y comprendió que maquillar la realidad es bonito, pero que es mucho más bonito disfrutarla tal cual es, porque quizá tardes más en encontrar su belleza, pero cuando la encuentras es de verdad, y no desaparecerá al quitarte las gafas de caleidoscopio.

jueves, 15 de diciembre de 2011

Primer aniversario

Pues hoy hacemos nada más y nada menos que un año en este blog, y con la friolera de (ahora mismo mientras escribo) 19.149 visitas!!! Es increíble, de verdad. Cuando empecé este rincón de "2 minutos" fue más que nada por un imperativo de mis amiguetes, que leían mis cuentos en el facebook y me daban el coñazo todo el santo día para que creara un blog, un mundillo que yo desconocía por completo. Finalmente, me decidí a hacerlo, lo intenté un par de veces (soy un poco nulo para estas cosas) y lo conseguí tal día como hoy hace ya un año enterito.
He optado por no escribir ninguna de mis rarunas, simplemente unas pocas palabras para agradeceros a todos los que sé que me leéis, y a los que no os conozco (gente de un montón de países, lo que me parece increíble), aún más si cabe (bueno, igual, que luego los q sí conozco se enfadan y esos me pueden pegar y todo).
El caso es que este se ha convertido en un rincón muy especial para mí, un sitio donde a veces estoy triste, a veces alegre, a veces ingenioso y a veces melancólico, pero donde siempre soy yo. Porque soy yo en cada uno de mis fugaces 2 minutos, ellos son mi alma, mi pensamiento, en definitiva, mi forma de ver el mundo. Gracias por dejarme compartirlo con vosotros durante este intenso año, y espero que sigais ahí en los tiempos venideros.
PD: he reconfigurado el blog para que podáis opinar todos los que queraís hacerlo, ya se puede escribir libremente, y si teneis preguntas o peticiones, serán todas bienvenidas ;-)

jueves, 1 de diciembre de 2011

La barrera

Tengo Sida. Supongo que no tengo que explicar la diferencia entre VIH y Sida a estas alturas, así que no me he equivocado al escribir, tengo Sida. Adivino que al leer estas primeras líneas ya te has hecho una idea de mi vida. pues te equivocas. Soy mujer, heterosexual, de cuarenta y nueve años, casada y con un hijo. Ahora te habrás hecho una nueva idea de todo, pues también te equivocas, no me he acostado con nadie ni mi marido ha sido infiel. Todo fue hace mucho tiempo, cuando todavía no tenían muy claro cómo se transmitía el virus, y me hicieron una transfusión de sangre contaminada, así de simple. Si, como dicen algunos, esta enfermedad (o síndrome o lo que quieran llamarle) es un castigo de Dios, entonces, Dios va a tener que revisar sus papeles, porque algo no le ha salido del todo bien.
El caso es que estuve mucho tiempo sin saber que tenía el VIH, porque lo tenía antes incluso de tener a mi hijo. Y por alguna condescendencia divina, el niño nació limpio, los médicos ni siquiera saben explicar cómo, pero yo no me quejo, claro. Nada me hacía pensar que habría algún motivo por el cual yo podría adquirir el dichoso virus, por lo que jamás se me ocurrió hacerme las pruebas. Quizá si lo hubiese sabido antes, podría haber tenido más cuidado y se habría desarrollado más tarde. Pero con quizás no se escribe la historia, ¿verdad?
Es duro tener Sida. No es como antes, quiero decir, nuestra calidad de vida es mucho mayor, ya no tenemos que tomar mil medicamentos al día que te destrozan el cuerpo y la mente, pero eso no es lo realmente duro. Lo insoportable es que es una enfermedad que ataca al amor, justo donde más te duele. A estas alturas sé perfectamente cómo se transmite el VIH, en casa tomamos todas las precauciones para evitar que mi marido y mi hijo se contagien. Ellos me cuidan, me miman, me tocan sin ningún pudor, me quieren sin reservas, pero yo no puedo. Aunque mi cerebro sabe lo que tiene que hacer para que a los míos no les pase nada, mi corazón nunca olvida lo que llevo dentro, y esto crea una barrera que me impide disfrutar del contacto de mis seres queridos. Es tan horrible sentir rechazo cuando mi hijo me abraza, cuando mi marido me besa en los labios... Pero no lo puedo evitar, me siento aislada, como si el antiguo telón de acero se hubiese levantado a mi alrededor y me dejase dentro, atrapada, sola, desamparada.
Esta es la tercera neumonía que tengo. Sé que la cosa va a peor, no me engaño. Los médicos me dicen que no pierda la esperanza, que cada día aparecen nuevos remedios, revolucionarios fármacos, que algún día se encontrará la cura definitiva. Pero yo sé que no es verdad. Si las empresas farmacéuticas hubiesen querido encontrar una cura ya lo hubiesen hecho. O sea, ya hemos salido al espacio exterior, tenemos decodificado el código genético y hasta existen robots del tamaño de una mosca, ¿y no podemos encontrar una cura para combatir un simple virus? No, todo es dinero. Así de simple. Las multinacionales de los fármacos prefieren cronificar una enfermedad antes que curarla, les resulta mucho más rentable. Y yo, mientras tanto, moriré con miedo a tocar a mi propio hijo.

miércoles, 30 de noviembre de 2011

El vertedero de los abrazos

El pobre abrazo estaba totalmente perdido. Se encontraba en una calle extraña, en una parte de la ciudad que no reconocía, así que le resultaba imposible encontrar el camino de vuelta a casa. No sabía muy bien cómo había llegado hasta allí. Pedro había quedado con Rosana para hablar, y habían decidido hacerlo en un lugar ajeno a su relación, por aquello de no tener influencias y ver las cosas con claridad. Estuvieron tomando un café tranquilamente, intentando esclarecer si lo suyo tenía futuro o no y, como siempre, acabaron discutiendo por la tontería más absurda. Rosana se despidió con los ojos vidriosos, aquello era el final, ¿o no? Pedro pensó por un momento que todo se podría arreglar con un simple abrazo. Sólo tendría que rodear con sus brazos a la chica, darle un cálido abrazo y susurrarle al oído "te quiero, ahora sí que saldrá bien", y entonces todo se habría solucionado. Es cierto, lo pensó, pero no lo hizo. En lugar de eso, se despidió con cierto aire dubitativo, quizá esperando que fuese ella la que diese ese paso que frenara aquel apocalíptico final. Pero ella tampoco lo hizo, así que se fue cada uno por su lado, y el pobre abrazo quedó abandonado a su suerte, en un barrio desconocido.
Aquello le atemorizaba, no conocía a nadie, no le sonaba nada. Intentó comunicarse con la gente, preguntar cómo podría salir de allí. Pero todos le miraban de manera despectiva, como si se tratase de un mendigo pesado en la puerta de un supermercado que te obliga a recordar cómo gastas impunemente tu dinero en tonterías mientras otros están pasando necesidades. Y de alguna forma era así, el abrazo perdido recordaba a los demás que también habían perdido alguno por el camino, por cobardía, por tozudez, por simple egoismo.
Entonces, un camión se detuvo justo a su lado. Se bajó un hombre bajito y cejijunto, que con un gruñido agarró al abrazo y lo subió a la parte de atrás del camión. El pobre abrazo estaba totalmente desconcertado. Llegaron finalmente a una especie de vertedero y el señor cejijunto empujó a nuestro protagonista obligándolo a salir del camión. Luego se marchó de allí, dejándolo solo nuevamente.
el abrazo miró a su alrededor confundido, y en ese momento, comenzaron a salir otros abrazos de los diferentes rincones.
-Bienvenido al vertedero de los abrazos -dijo uno de ellos al acercarse-.
-¿El vertedero de los abrazos? -preguntó el abrazo con curiosidad y miedo-.
- Sí, nos traen aquí cuando nuestros dueños nos desechan y no saben qué hacer con nosotros.
-¿Y por qué nos desechan?
- Vete tú a saber -respondió el otro encogiéndose de hombros-. Yo creo que la gente ha olvidado lo que es el valor de las cosas, el amor a los demás, el cariño. Si la gente se abrazara más, otro gallo les cantaría, pero hoy en día parece más un lujo que otra cosa.
- ¿Y ahora, qué nos pasará? ¿Nos quedaremos aquí para siempre?
- Bueno, eso es lo más normal. Aunque a veces, alguno de ellos recapacita y se atreve a venir buscando su abrazo perdido.
Así que el abrazo se quedó en aquel vertedero, sin perder la esperanza de que Pedro reflexionara y fuera a buscarlo para poder abrazar a Rosana como tenía que haber hecho aquella tarde.

domingo, 27 de noviembre de 2011

Sonidos y silencios

Esto que estás leyendo son mis pensamientos. Quiero decir que si en lugar de escribirlo tuviese que explicarlo en voz alta me sería imposible. Esto no es porque mi aparato fonador no funcione, que lo hace perfectamente, lo que no funciona es mi oído. Soy sordo de nacimiento, completamente sordo. La gente tiene la costumbre de llamarnos sordomudos, pero que no hablemos no significa que no podamos articular sonidos. Esto lo demuestro yo con unos gritos que, al parecer, son absolutamente estupendos.
En mi cabeza no existen los sonidos, ninguno de ellos, y a lo máximo que llego es a asociarlos con las vibraciones, ya sabes, en el plexo solar, soy capaz de sentir las ondas sonoras. Esto me vale para quedar bien cuando voy con los amiguetes a cualquier discoteca. La gente flipa cuando me ve bailar al ritmo, incluso alguno cree que le estoy tomando el pelo, que no soy sordo realmente. Yo lo llamo mi número de magia.
Mi Padre es médico, un cardiólogo de afamada reputación, de esos que están acostumbrados a que todo en su vida sea perfecto. Así que cuando yo nací, la cosa se le torció bastante. Mi padre debía tener un hijo perfecto y no lo que yo era. Mi madre siempre ha sido muy complaciente con él, pero cuando mi padre decidió que debían operarme, ella se opuso rotundamente, por fortuna para mi, porque esas operaciones son peligrosas, te hurgan en el cerebro y no siempre tienen muy buenos resultados. Ante el fracaso de su propuesta, mi doctorado padre optó entonces por separarme de la comunidad sorda, no permitió que yo aprendiera el lenguaje de signos y que sólo me comunicara con oyentes, leyendo los labios. Mi padre no entendía lo que me pasaba por la cabeza, ¿has intentado imaginar como serían tus pensamientos en el más puro silencio? Mis ideas son sólo imágenes, por eso es tan importante para mi aprender el lenguaje de signos, una lengua apoyada exclusivamente en imágenes que me permite pensar con claridad y expresar lo que realmente siento.
Finalmente, crecí y me independicé. Ahora voy a la asociación de sordos a aprender a comunicarme en mi lengua materna. Mi padre está enfadado, pero espero que algún día lo entienda. No tienes ni idea de lo que es estar totalmente aislado. Tú cuando llegas a tu casa, pones la tele, la radio, el ordenador, escuchas música, oyes las noticias mientras haces de comer, etc. Yo estaba solo, imposibilitado, incapaz de comunicarme. Hoy soy libre, tengo amigos, hablo y expreso mis sentimientos. Ya no me dejo ninguno dentro. Por eso, cuando veo a alguien que es capaz de hablar, de comunicarse con su entorno, y en lugar de eso, decide no hacerlo y se queda aparte del mundo por propia elección, siento una terrible pena, porque si no expresas lo que sientes, entonces nunca compartiras nada con los demás, te negarás a ti mismo la posibilidad de ser feliz.

viernes, 4 de noviembre de 2011

La despedida

Fran entró en el piso en silencio. Estaba oscuro, no había nadie. Así era mejor. Encendió la luz del pasillo y arrastró los pies hasta la entrada del salón. Al dar al interruptor, observó que había demasiada luz. Habían quitado la lámpara. Solo quedaba una bombilla pelada, triste y sola, que alumbraba con cruda luz, apartando las tímidas sombras. Las cajas se apilaban por entre los muebles, cada una de ellas con una pequeña nota escrita con rotulador permanente indicando el contenido de su interior.
Los dos sofás estaban libres, pero Fran se sentó en el suelo y se dispuso a comer. Había comprado un kebab de cordero en la esquina, donde siempre. El dueño ya le conocía perfectamente y sabía lo que él pedía cada vez. Se extrañó al ver un brillo diferente en sus ojos al pagar, pero no dijo nada. No tenían esa intimidad que te permite preguntar a la otra persona porqué está a punto de llorar. Fran cruzó las piernas y se apoyó en la pared bajo la ventana. Le gustaba aquel rincón, era donde la pequeña Flora solía echarse a tomar el sol mientras se lamía el pelaje suavemente. Pensó que quizá sería una buena idea comer con la tele puesta, pero también había desaparecido. En realidad, no había nada en el aparador salvo el mueble en si mismo. Entonces se fijó en aquel detalle. Faltaban las fotos, todas las fotos, hasta las de las paredes. Era curioso que no se hubiese dado cuenta hasta ese momento. Quitó la parte superior del papel albal de su comida, solo la superior para no manchar el suelo, porque no sabía si todavía quedarían el cubo y la fregona en el piso. Comió en silencio, bajo la fría luz acusadora de la desnuda bombilla. Mientras masticaba lentamente, observaba todo a su alrededor, era como ver una película a cámara lenta. La ausencia dominaba el salón, las paredes, el mismo aire.
Cuando terminó de comer, recogió los restos y los depositó en la bolsa que el dueño del kebab le había dado. Se levantó y fue a la cocina para tirar la bolsa. Efectivamente, no había cubo de la basura. La nevera estaba abierta. La habían vaciado y desconectado. Se guardó la bolsa con los restos en un bolsillo de la chaqueta y se dirigió al baño. Tuvo que abrir la llave de paso para poder mojarse las manos. Se secó en los pantalones mientras dudaba si hacer o no su último movimiento. Al fin, se decidió a hacerlo.
Se paró en la puerta del dormitorio, no tenía fuerzas para entrar. Encendió la luz desde fuera. La lámpara la habían hecho juntos, con papel y unas plumas de colores, hacía mucho tiempo ya. Era demasiado frágil para quitarla sin que se rompiera, demasiado frágil. La bombilla brilló con crueldad. El armario empotrado estaba abierto de par en par, tampoco había nada. Pero la cama seguía estando. En realidad, el canapé y el colchón desnudo, frío, gris, impersonal. Era imposible adivinar cuántas horas de felicidad se habían acumulado sobre aquellos muelles. Ahora ya no quedaba ninguna.
El chico regresó al salón arrastrando todavía los pies, rebuscó entre los cajones del aparador y encontró un lápiz gastado, pero todavía con punta. No había papel por ningún lado, así que no tuvo más remedio que escribir en una de las servilletas que le habían sobrado de la comida. Con letra confusa y la servilleta medio rota escribió una sola palabra. "Adiós".
Dejó las llaves sobre la mesa y salió del piso. Se paró un momento en la puerta, en un último intento de mirar atrás, pero no tuvo valor para hacerlo.

jueves, 27 de octubre de 2011

El equívoco

La cosa iba mal desde el principio, porque alguien metió la pata en la oficina de asuntos ultraterrenales y le pusieron a Isabel el alma de una fea. Y eso era un problemón, porque tener un alma que no te corresponde siempre lleva a confusiones de todo tipo, tu comportamiento no cuadra con tu físico, y tu forma de ser está totalmente fuera de lugar. Así que la vida de Isabel estaba destinada al fracaso hiciera lo que hiciera. E hizo mucho, mucho. Lo dio todo por demostrar que al mundo entero que era hermosa por fuera y por dentro, pero es que aquello no era cierto. Porque era verdad que por fuera era realmente hermosa, sin ningún lugar a dudas, pero es que por dentro no lo era. En su interior, Isabel era una gorda con granos y dientes torcidos. Y aunque a priori os parezca una tontería, las personas notan esas cosas. La gente no se apartaba de ella, pero nunca parecían acabar de amarla, por mucho que ella lo intentara.
Desesperada y sin saber muy bien qué hacer, la chica se volcó en lo único bueno que tenía, su propio físico. Cuidaba su cuerpo y su rostro con el esmero y la dedicación de un fanático. Hacía todo tipo de dietas, cremas de diferentes índoles abarrotaban las estanterías de su cuarto de baño, pasaba tres horas diarias entrenando en el gimnasio y otras tantas maquillándose cada vez que tenía que salir a la calle. Se había convertido en un templo de belleza física. Tanto fue así que poco a poco olvidó a aquella chica gordita y torpe que se escondía en su interior y que apartaba a la gente de su lado y se fue convenciendo a si misma de que en realidad, los hombres no la amaban porque la veían inaccesible debido a su extrema hermosura.
Un día alguien tocó a la puerta. Era un señor de la oficina de asuntos ultraterrenales y venía por la reclamación que ella había hecho sobre la equivocación al adjudicarle su alma. Ella ya había olvidado que había puesto aquella reclamación, incluso había olvidado que tenía alma.
- Según esto -decía el hombre mientras revisaba los papeles que había traído-, usted considera que se le ha puesto un alma equivocada.
- Bueno, ahora ya da igual. Ya no estoy interesada en mantener esta queja, puede usted darla por cerrada y no hace falta que me ponga un alma que se corresponda a mi físico.
- Estupendo, porque esos cambios no son posibles -respondió el hombre sin inmutarse.
- ¿Ah, no? ¿Y entonces por qué ha venido usted?
- Para explicarle que las almas como los físicos, también se pueden cuidar y volver bellas, pero que si nos volcamos en nuestra apariencia y olvidamos nuestro interior, entonces es cuando se vuelven verdaderamente feas.
- Ya, eso se lo explica usted a todos esos que nunca se acercaron a mi por culpa de ser fea por dentro.
- No se confunda, no es cierto que no se acercaran, sino que era usted misma la que los apartaba, porque no se puede hacer que nadie vea la hermosura de tu alma si tú mismo eres incapaz de verla primero. Ese es el gran error de los seres humanos, olvidar los ojos propios y tratar siempre de verse con los de los demás.

miércoles, 19 de octubre de 2011

Sin tetas si hay paraiso


Cuando me diagnosticaron el cáncer de mama me dio un ataque de risa. Fue mi primera reacción, tal cual, como si me hubiesen contado un chiste malo, de esos que te hacen gracia no por el chiste en si mismo sino porque no acabas de entenderlo del todo. Luego, volviendo sola en el autobús hacia mi casa, acudieron las lágrimas. Todavía estaba en estado de shock, sin saber muy bien hacia dónde me dirigía, viéndolo todo desenfocado, como si estuviese viendo una copia pirata de una película. Entonces, en el autobús sonó una canción de Cyndi Lauper, una de esas que adoraba cuando era una niña, y que llevaba un montón de tiempo sin oír. Y en ese momento pensé que hay cosas que no vuelven, que ya nunca volvería a ser una niña, que iba a perder mi pecho izquierdo o incluso mi vida. Y lloré. Lloré desconsoladamente durante el resto del trayecto, lágrimas frágiles, amargas y terriblemente asustadas. La gente me miraba como si fuera una loca, pero es evidente que a esas alturas me importaba todo un bledo.
Una vez superada esta primera reacción, tuve que empezar a contar a la gente lo que iba a ocurrir (cosas como la quimioterapia o la radioterapia no son fáciles de ocultar). En ese período me parecía un poco al Joker ese de Batman, todo el día con la sonrisa de oreja a oreja cada vez que explicaba a familia y amigos que "todo estaba bien, que no era para tanto". Llegaba a casa destrozada, con agujetas en la cara de tanto mantener aquel maldito rictus. Y entonces, ya a solas, lloraba.
Los siguientes meses fueron, como poco, los peores de mi vida. No era solo la operación, los vómitos por la agresividad de la terapia, la caída de mi cabello, la debilidad y el abatimiento. Era el espejo. Era verme cada día delante de él, mutilada, con aquella horrible cicatriz que parecía decirme a gritos que jamás volvería a ser una mujer, porque hay cosas que nunca vuelven. Los días más horribles de mi vida.
La terapia terminó. Poco a poco fui recuperando fuerzas, mi cabello creció de nuevo, sobreviví a la horripilante enfermedad. Pero la cicatriz no desapareció, mi pecho izquierdo no creció como el cabello. No volvía a ser mujer. Y seguí llorando. El cáncer había desaparecido, pero su hueco lo había ocupado la depresión.
Y entonces, un día, un amigo me contó un chiste malo, de esos de los que te ríes no por el chiste en si mismo, sino porque no acabas de entenderlo. Recordé ese primer pensamiento en la consulta de mi médico. Y empecé a reír. Reí y reí como una loca. Reí por primera vez de verdad desde hacía más de un año. Y aquella risa me devolvió la vida, aquella risa me recordó que ser mujer no significa tener dos pechos. Yo era hermosa, por dentro y por fuera, y ningún estúpido cáncer me lo iba a arrebatar. Porque al fin descubrí que sin tetas sí que hay paraíso.

domingo, 16 de octubre de 2011

Se busca

Entendedme, yo no quería hacerlo, pero es que no podía más, necesitaba un descanso. Solo quería dejar de sentir por un rato, solo eso. Así que me saqué el corazón y lo dejé apoyado en aquel banco.
De verdad que no tenía intención de hacerlo para siempre, sólo era por un par de horas o algo así. Pero entonces, me llamó por teléfono y ya perdí la noción de todo. Ahora que me había quitado el corazón va y me llama, aquello era demasiado para mí. Así que me levanté del banco, nervioso pero con actitud fría (normal, me había quitado el corazón). Era una sensación extraña. Llevaba una semana esperando aquella llamada y ahora allí estaba yo, hablando como si nada pasara, como si nada importara, comentando cosas banales como el cambio del clima y lo mal que está todo ultimamente. Ya veis, hace una semana me mordía la lengua para no escupir el fuego que me quemaba las entrañas, para no decir las dos dichosas palabras que parecían haberlo estropeado todo. Porque yo creo que todo iba bien hasta que las dije, que yo qué se, tampoco es que me arrepienta, porque yo soy así, sincero y sobre todo honesto con mis propios sentimientos. Pero desde que dije "Te quiero" todo se fue al garete. Algo se rompió, y no podía evitar pensar que me había precipitado al decirlo. Ojo, al decirlo, que no al sentirlo, porque yo no digo esa frase así, al tuntún, que si lo hago es porque de verdad lo siento. Pero parece que los seres humanos somos así de complejos, como alguien pase de ti, ahí te quedas, más colgado que los pies de Judas, y como sea la otra persona la primera que de el paso, pues entonces se te quita todo en un santiamén. Así que para mi que la humanidad haya conseguido procrear y sobrevivir me parece un misterio más grande que si existe vida extraterrestre o no.
En fin, que yo cometí el terrible error de ser el primero en decir "te quiero", y me quedé con un palmo de narices. Entendedme entonces cuando os digo que era un dolor demasiado grande. No podía pensar en otra cosa, ya ni comía, en el trabajo lo hacía todo de mala gana y de manera automática. Era mi primera pensamiento al abrir los ojos y el último antes de cerrarlos. Y aún más allá, porque no hacía sino soñar lo mismo una y otra vez. Y fue cuando se me ocurrió sacarme el corazón para descansar un poco.
Y en ese momento, me llama, yo me comporto como si todo me importara un bledo y me dice que también me quiere, pero claro, yo allí, sin corazón, me quedé igual que estaba, fue un desastre absoluto. Cuando me colgó decidí volver a por mi corazón, para poder aclarar todo el asunto de una santa vez. Pero con el rollo de la llamada me eché a caminar y caminar y me alejé un montón del banco donde lo había dejado. Y cuando volví, ya no estaba. Mi corazón ha desaparecido, alguien se lo ha llevado.
Así que ahora ando como loco buscándolo, porque sin él no soy ni la sombra de mi mismo, porque sin él no soy capaz de amar, y se que sin amor, la vida no tiene sentido. Por favor, si sabéis algo de mi corazón avisadme, hay una persona que me espera para que le de todo el amor que lleva dentro.

viernes, 14 de octubre de 2011

A medias

Pues tengo un disgustín que para qué, oiga. Porque yo estaba tan tranquila a mi rollo en el frutero, sin meterme con nadie, muy en mis movidas y pasando olímpicamente de los comentarios y habladurías de todas. Porque hay que ver qué les gusta a las frutas un cotilleo, oye. Que si "mírala, quién dirá lo madura que está por dentro", que si "menuda fresca, a ver si la sacan de la nevera y se le bajan los humos", que si "claro, es normal, si la han criado en un invernadero" y no sé cuántas barbaridades más. Pero yo a lo mío, ignorando hasta a las uvas, que cuando se ponen en plan gregarias no hay quién las soporte.
Pues en estas estaba cuando me agarra el chavalín este que nos compró en el mercado y me lleva para la mesa del comedor. Y yo me dije:"Ya está, llegó mi hora". Pero de buen rollo, ¿eh? que yo soy muy de la nueva era y creo en el karma y la reencarnación y todas esas cosas. Que al fin y al cabo esta es mi misión en la vida y a otra cosa mariposa (bueno, mariposa, pera o comadreja, lo que nos toque en la próxima parada). Y ya hecha a la idea, me dispongo a que me pelen y consuman etcetera etcetera cuando de repente ¿cuál es mi sorpresa? que cuando llegamos al comedor me encuentro que me está esperando el exprimidor. De primeras mal, porque a mi lo de sacarnos el zumo siempre me ha recordado a los políticos, qué queréis que os diga, ¿y qué se hace con el resto de nosotras, eh? pues tirarlo, y no está la cosa para estar desaprovechando nada, la verdad. Pero bueno, que no se halla una en posición de opinar.
Pero es que ahí no acaba la cosa, no, señor. Resulta que el caballerete va y me corta por la mitad, que tampoco me extrañó, porque es el procedimiento normal para hacer zumo, y entonces va ¡y usa solo una de mis mitades! Quería tomarse una pastilla de algo y al señorito le daba asco tomarla con agua, así que se hizo un zumo con la mitad de mi persona y se tomó la dichosa pildorita. Y luego va y me deja (más cortada que un friki en una cita de verdad) otra vez en el frutero.
Y me diréis ahora que hago yo, media naranja, cortada, a medias, inacabada en mi propio destino, y siendo el puñetero hazmereir de toda la cocina. Así que si queréis saber cómo coño se siente una media naranja ya os lo digo yo: jodida, muy jodida. Si, si, incompleta y todo lo demás, pero básicamente, jodida. Asco de karma, joder...

miércoles, 5 de octubre de 2011

Alejandro y el monstruo del armario

Alejandro se levantó sudoroso, con un mal cuerpo que para qué. Había estado toda la noche dando vueltas en la cama, incapaz de dormir con aquellos ojos clavados en su cogote. Llevaba con aquella historia varios meses, casi desde que había cumplido los seis años, cuando su mamá y él se mudaron a la nueva casa. Cuando vivían en la otra casa con su papá, Alejandro estaba muy contento y feliz, en su cuarto no había ningún monstruo y él dormía plácidamente todas las noches. Pero entonces tres semanas después de su fantástica fiesta de cumpleaños, su mamá le dijo que se tenían que mudar porque su papá y ella ya no estarían más juntos.Alejandro no entendía nada, él creía que todo estaba bien como estaba y no sabía porqué los adultos se empeñan en cambiar las cosas que están bien. Y conocía perfectamente lo que vendría a continuación, porque el chico tenía compañeros de la guardería que estaban en una situación similar. Ahora se mudarían y Alejandro vería a su papá de vez en cuando, y cuando lo hiciera su mamá le daría recados para él, y su papá refunfuñaría y hablaría mal de ella. Un desastre. Eso es lo que hubiese dicho el pequeño si alguien le hubiera preguntado, pero claro, nadie pregunta a los niños esas cosas, la gente tiende a creer que no tienen criterio para las cuestiones serias.
La casa estaba bien, un poco más pequeña que la anterior, pero ahora eran sólo dos, así que tampoco es que les hiciera falta más espacio. No, el problema no era la casa, era el dichoso monstruo que tenía viviendo en el armario. Al principio, Alejandro no fue realmente consciente de que tenía un inquilino alojado en su dormitorio. Sentía algo extraño, como si alguien le observara, pero no había sabido decir porqué.  Hasta que una noche, inquieto, le dio por mirar hacia el armario y lo vio allí, agazapado entre los jerseys, mirándole con aquellos ojos brillantes y relucientes colmillos afilados. El niño gritó con todas sus fuerzas, y su mamá apareció en un santiamén, con los pelos revueltos y el corazón en un puño. Juntos revisaron el armario de arriba a abajo y no encontraron nada, pero él sabía que el monstruo seguía allí, era un artista del camuflaje y sólo estaba esperando a que su mamá volviera a la cama para seguir vigilándole, hasta que algún día decidiera atacarle. El pobre Ale estuvo así un par de semanas, llamando a su mamá a gritos todas las noches, hasta que entendió que aquello no llevaba a ninguna parte, porque el monstruo siempre se escondía cuando ella llegaba, por lo que dejó de llamarla.
Pero aquella mañana de sábado Alejandro había llegado al límite. Llevaba demasiados meses sin dormir bien, y estaba ya que daba pena verle. Aquello tenía que acabar. Así que el chico se levantó de la cama, fue a la cocina y preparó un suculento desayuno para dos: tostadas con mantequilla y mermelada y un delicioso y calentito cola cao. Entonces, se sentó con la bandeja en el suelo, delante del armario, y llamó al monstruo. El otro tardó un rato en salir, pero finalmente lo hizo. Le miró un poco extrañado y, sin decir ni mu, se sentó frente a él a desayunar. Después de un rato, se decidió a hablar.
- No quería asustarte -dijo mientras mordisqueaba la tostada-, pero es que no tengo adónde ir, estoy solo.
- Ya -respondió Alejandro tranquilamente-, eso es lo que pensé, por eso he creído que podíamos desayunar juntos y charlar un poco.
- ¿Ya no te asusto?
- Bueno, un poco -admitió el niño-, pero me he dado cuenta de que tú estás tan asustado como yo. Es lo que pasa con las situaciones nuevas, que al principio te dan miedo, hasta que poco a poco vas entendiendo que porque las cosas sean diferentes, no tienen porqué ser peor, e incluso pueden llegar a ser mejores.
- ¿Y cuándo te has dado cuenta de eso? -preguntó el monstruo intrigado-.
- Ayer mismo -le aclaró Alejandro-. Fui a ver a mi papá. Parecía muy feliz, más que antes, ¿sabes? y no me habló mal de mi mamá, al contrario, me mandó besos para ella.

martes, 27 de septiembre de 2011

Alfonso y el Nuevo Mundo

Alfonso siempre fue un gran astronauta, de esos que no les importaba irse al otro lado de la galaxia a solas para ver qué se estaba cociendo por aquellos lares. Había viajado prácticamente por medio universo y conocía los rincones más insospechados, desde los planetas más lujosos hasta las estrellas más lúgubres, porque lo único que le importaba a Alfonso era el saber, y había llegado a la conclusión de que para llegar al conocimiento la vía más rápida era la experimentación. Así que el atrevido astronauta fue de los primeros en probar la sensorial comida de Ganímedes, que hacía que tu cabeza volara y volara mientras tus papilas gustativas estallaban de emoción. Inhaló los vapores sagrados de los Ancíades de Sagitario-Carina que hacían trascender tu alma más allá de tu cuerpo y mente y te revelaban verdades universales. Tomó los colores aromáticos de Axia-mondi, que deben ingerirse por los ojos y que te muestran los sentimientos de todos los que te rodean. Alfonso llegó incluso a beber el Glucis Negro de las Aracnomujeres de Afrodita, del cual dicen que muestra a los más valientes el día y sitio de su muerte, aunque Alfonso jamás confesó si llegó a ver su propia muerte o no.
Pero eso era lo de menos, no se trataba de ver el final del camino, porque el astronauta entendía que la meta en si misma eran todas y cada una de las vivencias y, por lo tanto, no tenía prisa por llegar a ningún lado, porque sabía que siempre estaba donde debía estar y que vivía lo que debía vivir. Y en estas estaba cuando su nave se estropeó y cayó en un pequeño y primitivo planeta desconocido de la Nube de Magallanes. Era tan pequeño que no aparecía en ningún mapa intergaláctico y tan primitivo que Alfonso no encontró allí las piezas necesarias para poder arreglar su nave. Así que, finalmente, nuestro experimentado cosmonauta se convirtió en un emigrante forzado.
Al principio, como es normal, aquello no le gustó, e incluso, debemos admitir que le frustró bastante, porque, al fin y al cabo, todas las aventuras que hasta ahora había vivido el hombre, y aunque quizá en planetas incluso peores que aquel, habían sido voluntarias y no obligadas como en este caso. Así que Alfonso no podía evitar recordar todo aquello que dejaba atrás en la Tierra: familia, amigos, amor... Todo parecía en aquel momento tan injusto, se sentía como si le estuvieran robando la vida, la capacidad de decidir, de ser libre, no era justo, definitivamente no lo era.
Pero, claro, el tiempo pasó, y poco a poco, a pesar de su oposición inicial, los nativos del primitivo planeta fueron conquistando el triste corazón del astronauta. Terminó aprendiendo sus costumbres, descubriendo que quizá fuesen más primitivos en algunas cosas, pero mucho más avanzados en otras. Terminó por encontrar la felicidad y el amor en aquel planeta, se permitió a si mismo vivir de nuevo al recordar que, como habíamos dicho, la meta no estaba al final, sino que siempre estaba donde tenía que estar y vivir lo que tenía que vivir.
Por supuesto, Alfonso sí que volvió a la Tierra después de aquella historia, pero eso es una aventura que contaremos en otro momento.

lunes, 26 de septiembre de 2011

Calor

Llevo viviendo dentro de este volcán desde hace casi siete meses. En mi casa estaba raro, incómodo, notaba algo pero no sabía qué era, hasta que un día por fin me di cuenta: tenía frío, tenía mucho frío. Mi piso tenía calefacción central, así que a lo mejor el portero todavía consideraba que no era época para ponerla en marcha, pero es que yo tenía mucho frío, por lo que me compré un radiador de esos con ruedas y lo puse a todo trapo. Me lo llevaba a todos lados, al salón, al dormitorio, al baño, a la cocina, pero realmente no acababa de subirme la temperatura. Me pasaba el día tiritando, no podía esperar a que el portero se decidiera a encender la dichosa caldera, no tuve más remedio que contratar la calefacción de Gas Natural. Me la instalaron muy rápido, de un día para otro, y con eso puesto a toda mecha y el radiador también, me bajó un poco el frío, pero todavía no lo suficiente. Finalmente, mi portero puso en marcha la calefacción central. Ni por esas, con los tres tipos de calefacción yo seguía tiritando. Decidí cambiar de país y me mudé a Bombay, porque me habían dicho que era la ciudad más calurosa del mundo. No os creeríais el frío que pasé en Bombay, y eso que me había llevado mis calefactores conmigo.
Desesperado y al borde de la congelación decidí venirme a vivir al cono de un volcán activo. Aquí dentro no se está tan mal, bajo a la civilización a cambiar mis trajes de amianto estropeados y las bombonas de oxígeno, pero poco más, porque salir de aquí me supone acabar de nuevo tiritando. Rodeado de lava líquida ya no tirito, aunque reconozco que aún no es el calor que necesito. Lo único que subía de verdad mi temperatura era el roce de su piel, pero como eso ya no es posible, estoy pensando en que la próxima vez que baje al pueblo me pillo otro calefactor.

martes, 20 de septiembre de 2011

Midtown

Ella no lo entendía. Aquello estaba mal, el mundo se equivocaba y ella se había propuesto demostrarlo. Así que abandonó su asqueroso y minúsculo piso de alquiler, abandonó las duras calles que hasta entonces la habían mantenido y se fue a buscar a la Madre Gea. Decidió demostrar al mundo que la Naturaleza no tenía nada de sabiduría en sus acciones, que se equivocaba como un disléxico enfrentado a la lectura de una tesina.
Salió al mundo en su busca, por todos lados. Subió a los montes más altos, pensando que allí la encontraría, quizá en una especie de retiro espiritual, en alguna cueva escondida, como una prima lejana de Diógenes, en los Grandes Lagos, arropada por los bosques, en la Estepa Rusa, protegida por la fría nieve, o a lo mejor en el Sáhara, bajo el más implacable sol, o puede que en los recovecos aún vírgenes del Amazonas. No estaba en ninguno de esos lados. Recorrió los rincones más salvajes del planeta, encontró sus más bellas obras, pero la Madre Naturaleza no estaba en ninguna de ellas.
Volvió a casa derrotada y allí la encontró. Estaba literalmente tirada en un callejón, con un aspecto lamentable. Ella se acercó decidida, enfadada.
- Eres una mala pécora -fueron sus primeras palabras-.
- ¿Yo, por qué? -preguntó Gea levantando ligeramente la cabeza al notar que se dirigían a ella-.
- Todos dicen que eres sabia, pero si es así ¿por qué nos gustan las hamburguesas en lugar de las acelgas?, ¿por qué no haces que nos de asco el tabaco? -continuó ella con furia- ¿Por qué me hiciste hombre por fuera y mujer por dentro? La gente me odia por ser diferente, me desprecian, me abandonan, y todo es por tu culpa.
Gea la miró en silencio. Parecía meditabunda.
- Yo te hice perfecta -dijo al fin-, tan perfecta como las cascadas de Iguazú, como el Drago Milenario, como las selvas de Vietnam. Te hice perfecta para saber que el tabaco es malo y las acelgas buenas. Te hice perfecta para decidir quién eras y cambiar lo que no te gustara. Sois vosotros los que pervertís esa perfección con vuestro odio. Tú misma te has reído alguna vez de un gordo o una enana. Pero la perfección no está en ser todos iguales, sino en amar todas y cada una de las diferencias, porque son las que, al fin y al cabo, os hace únicos.

martes, 13 de septiembre de 2011

El nombre

Cuando nació decidieron llamarla Soledad, en recuerdo de algún familiar ya difunto. Así que desde el mismo día que entró en el mundo debió cumplir con la obligación de llenar el hueco de amor que había dejado otra persona, con la sobrecarga de llevar un nombre que pronosticaba una vida anónima y solitaria. Soledad. ¿Quién, en su sano juicio, elige un nombre tan triste para una niña? Llamarse así era para ella como una condena, un estigma que debía llevar por el resto de su miserable vida.
Nunca quiso que usaran diminutivos de su nombre, ni apelativos cariñosos. Habían decidido que se llamaría Soledad, y así tenía que ser. Y no es que estuviese realmente sola, no, que va, siempre estuvo rodeada de gente. Familiares, vecinos, compañeros de clase, compañeros de trabajo... Pero su nombre le pesaba como una losa dura y fría. No hay nadie más solo que aquel que se siente así rodeado de gente.
Su padre le contaba cuentos para dormir cuando era pequeña, y su preferido era el de la Bella Durmiente. Se imaginaba a si misma como aquella princesa maldita. Daba igual que la escondieran, no importaba que la hubiesen apartado de la Corte y de todos los objetos punzantes, porque al final, la aguja de la rueca encontró su dedo irremediablemente. Y así creía que era su destino. Su maldición había sido llamarse Soledad, y por mucho que buscara evitarla, finalmente llegaría a ella con todo su poder. Y desde la más temprana edad decidió que nunca se enamoraría, para evitar de esa forma cualquier atisbo de vana esperanza.
Sola, sola, sola. Un alma en pena, torturada por un nombre cruel. Y entonces conoció a Justo y, a pesar de la promesa que se había hecho de niña, no pudo evitar enamorarse de él. No quería, de verdad que no quería, pero uno no controla a su corazón, uno no decide cuándo y de quién se enamora. Esas cosas simplemente pasan. Así que Soledad vivía aún más triste que antes, porque creía que Justo acabaría de destrozar su maltrecho corazón después de haberlo encendido con una fatua llama de esperanza. Le rehuía, le trataba mal, le increpaba, intentaba alejarse de él con todas sus fuerzas, pero Justo la amaba y no la dejaría escapar. Finalmente, ella cayó en sus brazos, rendida, exhausta de amor. Y entre lágrimas le contó su maldición, como la de la Bella Durmiente.
- Soledad -dijo el muchacho después de oírla-, nuestros nombres no nos definen, sino nuestras acciones. Si te empecinas en tener una vida desdichada, es lo que tendrás. Pero puedes ser tan feliz como cualquiera, si te atreves a luchar y a conquistar la felicidad. La vida está llena de rescoldos, no le añadas tú más de los que trae por si sola.
Y así fue. Soledad y Justo fueron felices, con sus más y sus menos, pero felices. Tuvieron una hija y la llamaron Esperanza. El cuento de hadas de Soledad sí que fue como el de la Bella Durmiente, porque, para ser justos, hay que decir que la princesa estuvo condenada, pero que un apuesto príncipe la salvó.

viernes, 5 de agosto de 2011

Mi mejor yo

Mi mejor yo era un tipo estupendo.Tenía el encanto de los guapos que no saben que lo son. Tenía una personalidad arrogante con un punto de timidez que le hacía resaltar su belleza y una mirada penetrante que parecía saber todo sobre la persona en la que se clavaba.  Era casual, inconsciente, y caótico en su vestir, porque parecía no importarle lo que los demás pensaran de su persona. Era capaz de dormir nueve o diez horas seguidas (con pequeños intervalos de cinco minutos, secuelas de una infancia de alergia asmática) y se levantaba estupendo, de buen humor, deseoso de ver lo que el mundo le ofrecía cada mañana. Siempre salía bien en las fotos, a pesar de lo desastroso que estuviera, porque cuando la gente veía la imagen sólo era capaz de fijarse en sus ojos llenos de vida.
Mi mejor yo se alimentaba correctamente. Comía cosas a la plancha y generosas ensaladas, pero tenía un punto de gula que compensaba los fines de semana con alguna pizza o hamburguesa. Hacía deporte regularmente, porque le atraía aquel pensamiento latino de "Mens sana in corpore sano" y dedicaba mucho tiempo de su entrenamiento a estirar todos los músculos de su cuerpo llegando a tener una elasticidad más que digna.
Mi mejor yo gustaba de aprender siempre cosas nuevas. Devoraba libros por el simple placer de saber, disfrutaba de la música, los idiomas, las novelas, las matemáticas, los hallazgos científicos y las cuestiones humanas, porque sabía que al final todo se reducía a eso, a saber cómo son las personas y porqué.
Mi mejor yo confiaba en la gente de su entorno. Mostraba un cinismo inocente, falso por propia definición, porque en realidad pensaba que todos querían lo mismo: un mundo mejor que el que nos encontramos al llegar. Era voluntario en diferentes ONGs y se sentía bien ayudando a los demás en lo que podía. Una vez le hicieron una carta astral de esas y en ella le decían que había venido a este mundo para enseñar a las personas a quererse a si mismas. En lugar de reirse de semejante estupidez, mi mejor yo encontró que esa era la misión más bonita del mundo.
Mi mejor yo era enamoradizo. Era capaz de hallar el amor hasta debajo de las piedras. Todas las semanas le rondaba alguna persona por la mente y jugueteaba con la idea de que aquella vez fuera para siempre. Porque mi mejor yo se enamoraba para siempre cada vez.
Le echo de menos. Yo no soy capaz de dormir más de cinco horas seguidas. No sé en qué momento de esta larga carrera me abandonó, pero en el fondo no pierdo la esperanza de que vuelva conmigo. Y eso me hace tener fe. Porque el no perder nunca la esperanza era un rasgo de mi mejor yo y no mío.

Indignado

La Puerta del Sol estaba acordonada por la policía, los helicópteros no paraban de revolotear alrededor, como sabuesos que buscan a su presa. La gente estaba asustada, desorientada, hacía ya muchos años que la dictadura había acabado, así que el estado de sitio les quedaba a todos un poco lejos, la mayoría ni siquiera sabía lo que eso era. Unos pocos valientes se acercaban a los alrededores del centro de la capital, ansiosos, frustrados ante lo que consideraban injusto, luchando por su propia libertad y la de sus congéneres. Luego estaban otros, que incluso inicialmente estaban de acuerdo con el movimiento revolucionario, que habían decidido que ya estaba bien de jaleo, y que la policía hacía bien en desalojar a aquellos que no hacían más que estorbar y pertubar a las personas. Y en estas estaban todos, revolucionados, revolucionando, cuando Dios apareció en medio de la mismísima Puerta del Sol.
Estaba callado, como meditando, vestía una ropa muy normal, así como tirando a rollo tiradillo, hippie, incluso pelín perro-flauta, si no fuera por la fuerza que emanaba, nadie se hubiese dado cuenta de quién era. Pero no había duda, era Dios, el supuesto creador de todo lo que existe. El silencio se hizo casi eterno, hasta que por fin, él mismo decidió hablar. Cuando lo hizo todo el mundo escuchó, y cuando digo todo el mundo, me refiero a todo el planeta. ¿Qué cómo pudo? Fácil, era Dios.
- ¿Os habéis vuelto locos? -fue lo primero que salió de su boca- Os doy un planeta para vivir, para que lo hagáis vuestro propio paraiso, os dejo una infinidad de maravillas, paisajes, alimentos, plantas, animales, os lo doy todo para ser felices y  la libertad para hacer lo que considereis conveniente, y vosotros vais y le dais el poder a cuatro sinvergüenzas que están destrozando vuestras vidas y el propio planeta.
Silencio.
Ahora resulta -continuó-, que vienen unos señores que dicen que hablan en mi nombre y vosotros les seguís a pies juntillas sin decir ni esta boca es mía. ¿Para qué os he dado yo un cerebro? O sea, que envío a mi hijo a que nazca en la familia más pobre y que predique el amor, y estos aparecen ahora, gastando fortunas en vivir como reyes, amasando dinero y poder como si fueran los únicos que vivieran en el mundo, y vosotros creéis que hablan en mi nombre. ¿Sois imbéciles?
Silencio.
-¿Creéis que si ese Papa creyera en mi haría las barbaridades que hace? Deciden que el sexo es sólo para procrear y condenan a un continente como África a morir antes que a usar preservativos, porque es la palabra de Dios. ¿No os enseñé que la palabra de Dios era Amor? ¿No os dije que os amarais los unos a los otros? ¿Acaso sois más felices viendo cómo este señor se lo queda todo? ¿Pero no veis cómo la gente se muere de hambre mientras aquí se gasta el asqueroso dinero para que él venga y os liais a pelearos todos por su simple visita?
Silencio.
- Tenéis que acabar con esto de una vez. Tenéis que tomar las riendas de vuestra vida. Sé que es más fácil dejarse llevar, que otros tomen las decisiones, pero ya es tiempo de que esto acabe, de que seáis responsables de vuestra propia vida, porque es vuestra y nadie la va a vivir por vosotros. Haced lo que debéis hacer y dejad de poner vuestras almas en manos de quien no la tiene. Sed libres, que es el mayor regalo que os he dado. Y recordad una cosa: Amar nunca es pecado.
Y con este último mensaje, desapareció.
¿FIN?

lunes, 1 de agosto de 2011

Ecos de amor

Orlando no estaba loco, ni era tonto ni nada por el estilo. Lo único que ocurría es que llevaba demasiado tiempo solo en aquella montaña. En un principio, había sido él mismo quién había decidido alejarse del bullicio, de la hipocresía y de la falta de humanidad de las ciudades, y se había refugiado en aquel caserón apartado de cualquier signo de civilización. Y eso estuvo bien durante un tiempo. Aquello era un paraíso de paz y de armonía lleno de olores, colores y sabores que jamás podrían atravesar la crueldad de los edificios, ni los agresivos humos que envolvían a las grandes urbes. Pero con el paso del tiempo, la necesidad de comunicación se fue abriendo paso por entre las diferentes maravillas que le rodeaban, hasta que un día se le ocurrió un juego tonto: comunicarse con el eco de la montaña.
- Hooooolaaaaaaa -gritaba por las mañanas al borde del abismo.
- ...olaaaaaaaaa -le respondía el eco con suavidad.
- Buenoooos díaaaaaaas -deseaba Orlando a su eco.
- ...uenoooos díaaaaas -contestaba el otro con el mismo entusiasmo.
Poco a poco, el hombre fue desarrollando aquel juego y sin darse cuenta, profundizando en su relación con el eco, el cuál no sólo parecía escucharle, sino que había encontrado en él, un alma gemela, alguien que sentía las mismas pasiones, que vivía los mismos sueños. Así que no fue de extrañar que Orlando acabara por enamorarse del eco perdidamente.
- Te quierooooooooo -gritó por fin un día, un poco asustado ante la posibilidad del rechazo.
- ...e quierooooooooo -admitió el eco con idéntica pasión.
Le quería, su eco le quería. Orlando se sintió el hombre más afortunado de la tierra. No tenía otro pensamiento en el día que el de pasar el máximo tiempo al borde del abismo, para disfrutar de la compañía de su maravilloso amor.
- Te quieroooooooo.
-Yo también.
Orlando se asustó al escuchar aquella respuesta, pero al girarse vio a Marisa, la novia que su antiguo yo había tenido en la ciudad. Estaba plantada ante él, con aspecto decidido.
- Como no regresabas, he venido a buscarte -dijo al fin.
- Lo siento, llegas tarde -confesó él-, he dado todo mi amor al eco, y sólo a él pertenece mi corazón.
- Ya lo he oído -admitió ella-, ¿y cómo es eso posible?
- El eco me quiere, siempre me escucha, no se enfada conmigo, comparte mis sentimientos y también mis pensamientos. Mi eco me quiere, mira: Te quieroooooooo!!!
- ...e quierooooooo!!!
- ¿Lo ves?
- Bueno, puede que yo me enfadara contigo, que no siempre te diera la razón, que a veces incluso no te escuchara, pero ¿sabes qué? cuando yo te decía "Te quiero" lo hacía con todas las letras.

domingo, 31 de julio de 2011

El principio

Mi madre siempre cuenta que entró en la sala de partos de pie. Dice que no sintió dolores, solo una ligera molestia (al contrario que durante el embarazo, que por lo visto estuve dando por saco cosa buena). Se acostó en la camilla y ya empezó a ponerse nerviosa, porque el parto de mi hermana le había llevado unas horillas, así que a los diez minutos empezó a suplicar que le pusieran el goteo (una anestesia para parturientas,al parecer). "Pero, señora, que ya ha nacido".
Y así era, yo entré en este mundo sin pedir permiso, y por supuesto, sin avisar. Imagino a mi madre con esa cosita en los brazos (en cualquiera de mis edades siempre he medido menos) y soñando con mi futuro. Porque eso es algo que hacen los padres indefectiblemente, diseñar un futuro para sus hijos, sin tener en cuenta que en el momento que escapas de su útero, ya eres un ser independiente con sueños propios.
"El constructo personal" se llama ese proyecto de vida que diseñas para tu prole. Lo tienes acurrucado en tu seno y ya te lo puedes ver estudiando para médico, en su consulta, en su boda, con sus hijos...
Y entonces llegué yo, alguien que no se acercaría ni remotamente a cualquier constructo imaginado por mi madre. Ella me llamaba "el espíritu de la contradicción" porque todo lo que me pedía, yo hacía lo contrario (luego aprendió a pedirme las cosas al revés, para lograr resultados). Nunca sería médico, no hay bodas, no hay nada de lo que soñó.
Los padres no tienen un manual de instrucciones, no son seres perfectos como creemos de pequeños, sólo hacen lo que pueden. Pero mi madre (dentro de ser una de las pocas personas capaz de sacarme de mis casillas) hizo algo maravilloso. Decidió tirar a la basura todos sus planes con respecto a mí, y me dejó ser. Gracias a ello, estoy seguro de que ha tenido vivencias y experiencas que jamás hubiese tenido con aquel hijo perfectamente diseñado. Y hoy en día mi madre está orgullosa de mí y yo... yo estoy orgulloso de ella.

Moraleja: chic@s, casi nunca las cosas salen como un@ las planea, pero tener una mente abierta nos puede proporcionar experiencias mejores de las que en un principio habíamos planeado. A veces es bueno dejarse sorprender por la vida.

Tavi (actor en semiparo y cumpleañero)

PD: Gracias, mamá, la vida no es como me la imaginé, pero es tremendamente divertida.

lunes, 11 de julio de 2011

De ratones y borregos

Bernardo había nacido en un laboratorio y no conocía nada más allá de sus paredes. En realidad, no sabía que pudiera existir nada que no fuera el laboratorio. Todos los días, el señor de la bata blanca sacaba a Bernardo de su jaula y le enseñaba un trocito de queso. Entonces, le pinchaba con una inyección que cambiaba de color según el día y lo colocaba en el interior de un laberinto para que lo recorriese en busca del queso que le había mostrado anteriormente. El pobre ratoncito andaba por los vericuetos de aquel sitio, mareado y dolorido por el pinchazo hasta que finalmente encontraba su recompensa. Y aquel era el mejor momento del día, porque el queso que le daba el señor de la bata blanca debía ser el mejor queso del mundo.
Cuando terminaba de disfrutar de aquella delicatessen, el hombre agarraba a Bernardo y lo introducía de nuevo en la jaula, y el ratoncito podía ver desde allí como el otro tomaba notas sobre sus propias andanzas. El pequeño roedor no podía evitar sentirse orgulloso en ese momento. Su labor parecía de vital importancia para el señor de la bata blanca. Así que Bernardo se prometía a si mismo que al día siguiente haría lo imposible para encontrar el queso rápidamente. Claro que también dependería de lo que le inyectara el otro, si le dolía demasiado o le dejaba atontado, tampoco iba a poder recorrer el laberinto de manera veloz...
Esos pensamientos le rondaban de manera casi obsesiva mientras corría y corría en el interior de la rueda, hasta que quedaba totalmente exhausto como para poder dormir del tirón y sin preocupaciones. Hasta que una noche le despertó una voz.
- ¡Eh, tú!
Bernardo abrió un ojo, desorientado. Aquella no era la voz del hombre. Cuando se hubo aclarado la vista, observó al otro lado de los barrotes, un ratoncito igual que él mismo.
- ¿Qué haces ahí dentro? -insistió el otro.
- Soy parte de un proyecto importante -respondió Bernardo, orgulloso.
Y a continuación, le relató al otro la misión primordial que llevaba a cabo entre aquellas cuatro paredes. El pequeño visitante se quedó unos momentos en silencio, hasta que finalmente se decidió a hablar.
- A ver que yo me entere: el tipo te enseña el queso y en lugar de dártelo lo esconde y luego te clava una aguja antes de dejar que tú solito vayas a por el queso escondido. Y, ¿todo eso para qué?
- Tú no lo entiendes, lo que hago aquí es realmente importante. Si no fuera así, ¿por qué ese hombre iba a estar todo el día pendiente de mi?
- A mi no me parece que esté pendiente de ti, sino más bien de si mismo. Y tú ni siquiera sabes lo que estás haciendo. Deberías pensar el porqué de las cosas, sólo así podrás saber si lo que haces es correcto y merece la pena.
Bernardo quedó en silencio, pero a la semana consiguió escapar de las manos del hombre y se encontró con su amigo en las alcantarillas. Ya no volvió a probar aquel maravilloso queso, pero la vida sin inyecciones ni barrotes resultó ser muchísimo más interesante.

lunes, 4 de julio de 2011

Frágil

Alfonso se despertó un día convertido en cristal. Así, sin más. De repente, todo su cuerpo se había transformado en el más puro y frágil de los elementos. Al principio, se quedó en estado de shock, observando su imagen traslúcida en el espejo del baño, pero poco a poco, a medida que transcurría la mañana, fue tomando consciencia de su nueva situación. Aquello era un verdadero problema.
Al moverse por la casa, se dio cuenta de que lo que antes era una acción cotidiana, ahora podía convertirse en un error fatal. No podía simplemente tomar una ducha, ya que si resbalaba se podría hacer añicos contra el suelo de la bañera (y ahora que era de cristal, no sabía qué sentido tendría ducharse, además). Las sillas de la cocina eran rígidas, de duras aristas, imposibles de usar si quería seguir conservando todos sus miembros intactos (y tampoco necesitaba comer, así que la cocina empezó a tener tanta utilidad como el propio cuarto de baño).
Se sentó cuidadosamente en el mullido sofá del salón, más que nada para tomar un respiro y decidir la línea de acción que debía seguir. La cosa era que tendría que salir a trabajar, no podía quedarse en casa eternamente. Pero el mundo está tan lleno de peligros, la gente es mala, cualquiera podría hacer que el pobre Alfonso estallará en mil pedazos... Finalmente, dio con la solución: se disfrazaría de persona normal.
Y así lo hizo. Cada día, se vestía cuidadosamente y aplicaba maquillaje sobre las partes expuestas de su nueva y cristalina piel. El resultado era bastante decente, mientras no se entretuviera a hablar con nadie más de dos minutos, claro. Salía de casa, sin entretenerse demasiado en saludar a los vecinos; llegaba a la oficina y tras unos gestos rápidos se encerraba en su propio despacho hasta la hora de terminar la jornada (como no necesitaba ingerir alimentos, no tenía porqué salir a comer con sus compañeros) y regresaba a casa, sano y salvo. Cuando alguien se le acercaba por algún motivo, se mostraba rudo, como un tipo duro de esos de las pelis de vaqueros. No podía permitir que nadie descubriera lo fácil que podría ser destrozarle.
Este remedio funcionó a las mil maravillas, de primeras. Porque pasado un tiempo, Alfonso comenzó a sentirse cada vez más y más solo. Ya ni siquiera mantenía conversaciones por teléfono, porque eso creaba lazos que luego era incapaz de mantener en persona. Así que se pasaba los días con sus propios pensamientos, con el miedo a romperse, con su soledad.
Acabó resultando demasiado insoportable. El día que su hermana Ana tuvo un hijo, Alfonso se presentó en el hospital sin maquillaje, con toda su frágil desnudez. Su familia le observó con asombro, sin decir palabra. El hombre de cristal se acercó a su sobrino y pidió sostenerlo en sus brazos. Aquel fue el contacto más maravilloso que jamás podía haber imaginado. Cuando dejó al bebé, fue uno por uno a cada miembro de su familia y los abrazó con todo su amor.
Alfonso no recuperó su carne. Siguió siendo de cristal por el resto de sus días, pero ya nunca más escondió su fragilidad. Descubrió que aunque haya gente malvada, la mayoría no lo son. Y todos en su entorno le cuidaron y protegieron para impedir que se rompiera en mil pedazos.

martes, 28 de junio de 2011

Esperanza

Esperanza se levantó temprano, como cualquier otro día.  Aireó un poco la cama y la volvió a vestir, para a continuación irse al baño. Tomar una ducha era ahora mucho más fácil desde que su hijo Alfonso y su nieto le habían quitado la bañera y le habían colocado un plato ducha. Alfonso siempre había sido muy mañoso, como su padre.
Después de un frugal desayuno, nunca había sido de mucho comer, y con la edad cada vez menos, llegó Juani, la chica que había contratado su hija María para que le ayudara en las tareas de la casa. Al principio, le daba muchísimo apuro que una desconocida entrara en su casa y se pusiera a limpiar mientras ella miraba, pero poco a poco, Juani se convirtió en otra de la familia, y muchas veces comían juntas. La chica hacía poco que se había divorciado, así que se hacían compañía mutua.
Tras la sobremesa, Esperanza se puso se mejor traje de los domingos (ya nadie los llama así, pero esa costumbre le era difícil de quitar) y salió a la calle. Compró unos esplendorosos gladiolos en la floristería de doña Anselma, que ahora llevaba su hija Remedios, y se dirigió al cementerio. La tumba de su Alfonso estaba muy cuidada, lo hacía ella personalmente y en esto no había cedido ni un ápice ante sus hijos. Le pasó un paño húmedo hasta dejarla reluciente y le cambió las flores casi marchitas por los gladiolos recién comprados. Respiró profundamente al terminar la tarea. Alfonso había sido un buen hombre y un buen marido, se merecía aquellos cuidados y muchos más.
Al salir del cementerio, Justina la estaba esperando. Justina había sido su amiga desde la más tierna infancia y siempre lo habían compartido todo. Habían nacido, crecido y envejecido en aquel barrio, sus maridos habían sido amigos también. Justina la conocía mejor que sus propios hijos. Se saludaron cariñosamente y se dirigieron al centro de la ciudad.
Llegaron a la manifestación/desfile cuando ya estaba empezada. Había todo tipo de personas, hombres, mujeres y niños, pero sobre todo, había colores, todos los colores del mundo. Esperanza y Justina observaron todo con avidez y un cierto brillo en sus ojos. Había familias enteras, hombres vestidos de cuero, mujeres con las cabezas rapadas, un montón de chicos vestidos de mujer de las formas más divertidas y llamativas. Plumas, lentejuelas y purpurina las rodeaban como si estuvieran inmersas en un mágico cuento de hadas.
Entonces se les acercó un chico joven, no debía de tener más de dieciocho años, con unos panfletos que repartía a todo el mundo.
- Muchas gracias por venir a apoyarnos, señoras -les dijo mientras les entregaba los panfletos-, es muy bonito saber que nuestros mayores también nos aceptan.
Las dos mujeres le miraron un instante en silencio, luego se sonrieron la una a la otra, se cogieron de la mano y, finalmente, se dieron un largo y apasionado beso.
- No hemos venido a aceptar a nadie, joven -respondió Esperanza-, sino a que nos acepten a nosotras.

Porque, como se suele decir, mientras hay vida, hay esperanza.

viernes, 10 de junio de 2011

Verdad verdadera

- Y después de esta pausa publicitaria, volvemos con nuestro personaje de hoy y su prueba del polígrafo. Comenzamos con la ronda de preguntas control: se llama usted Pulgarcito?
- Así es.
- Responda sí o no, por favor.
- Oh, lo siento. Eeh... sí, me llamo Pulgarcito.
- Vivía usted con su padre y hermanos en una cabaña en el bosque?
- Sí.
- Su nombre hace referencia a su estatura corporal?
- Sí.
- Muy bien, ya tenemos las preguntas de control. Podemos medir la veracidad de sus palabras. Es cierto que su padre les abandonó en el bosque a usted y sus hermanos por deseo expreso de su madrastra?
- Cierto, cierto.
- Responda sí o no, por favor.
- Sí.
- El polígrafo indica que dice la verdad. Es cierto que usted usó migas de pan para volver a la cabaña de su padre?
- Sí.
- El polígrafo indica que dice la verdad. Volvió en ese momento a abandonarlos su progenitor nuevamente?
- Sí.
- El polígrafo indica que dice la verdad. Al intentar nuevamente usar las migas de pan, los pájaros del bosque se las comieron, borrando así el camino de vuelta al hogar?
- Sí.
- El polígrafo indica que miente.
- Cómo?? no, no, que se lo comieron todo los pájaros, oiga.
- El polígrafo indica que miente.
- De verdad, que yo fui dejando las miguitas por el camino y esos pajarracos se las comieron todas...
- El polígrafo indica que miente.
- Pues sí, qué coño! Fui yo quien se comió el pan! El cabronazo ese nos dejó tirados porque la guarra con la que se casó se lo pidió. Y el muy desgraciado lo hizo de nuevo! Pues claro que me comí las migas, joder, quién coño en su sano juicio iba a querer volver a vivir con el calzonazos ese y la cacho guarra de la otra! Pero mis hermanos es que son unos pringados y yo soy un blando, que al final hasta conseguí un montón de pasta y se las llevé. Tenía que habérmela quedado yo solito. A quién se le ocurre poner a su hijo Pulgarcito???? Me cago en todo lo que se menea. Bueno, papá, que seguro que estás viendo esto: Que sepas que me meo cada mañana en tu tazón de leche. A la mierda!

martes, 31 de mayo de 2011

El afinador enamorado

El afinador llevaba tiempo en este oficio, así que ya había conocido muchísimos instrumentos a lo largo de su vida profesional, pero ninguno se parecía a aquel piano. Desde el primer momento en que lo vio, supo que era diferente. No sólo era su hermoso aspecto, la elegancia de las finas curvas de su cola, su impecable lacado negro que le hacía brillar como una pequeña estrella nocturna, la regia longitud de sus teclas, que parecían extenderse hasta el infinito o el mágico sonido que emitían sus timbradas cuerdas. No, todo aquello estaba bien, pero no era el único piano que poseía dichas cualidades. Este instrumento era diferente por si mismo, tenía un aire distinguido, una belleza que iba más allá de la física. Así que el afinador no pudo hacer otra cosa que enamorarse.
Cada mes esperaba con ansiedad a que el  dueño del piano le llamase para afinarlo. El afinador llegaba nervioso al portal y tomaba una profunda bocanada de aire antes de tocar al timbre y cuando por fin se encontraba ante el piano, contenía la respiración exaltado. Entonces se acercaba a él lentamente, pasando su mano con suavidad por su superficie, tocando todas y cada una de las teclas para comprobar su temperamento, probando el batimiento de sus cuerdas, hasta encontrar las pequeñas fluctuaciones que habían desarmonizado a su estático amante. Seguidamente, levantaba la tapa con extrema delicadeza, mostrando la hermosa desnudez de su caja, examinando con atención los grupos de cuerdas y sus martillos. Y finalmente, con la llave de afinar, el hombre restauraba el frágil equilibrio sonoro del amor. Más de una vez se vio tentado a no hacerlo correctamente, para tener una excusa por la que volver antes a ver al piano, pero no se atrevía a hacer semejante aberración a la más perfecta de las creaciones.
Y así transcurría su vida, afinando instrumentos uno detrás de otro, casi sin poner atención, y sólo esperando el momento mensual del amoroso encuentro. Un día, el dueño del piano le pidió que fuera a un auditorio a afinarlo. Al parecer, daba un concierto esa misma tarde y el traslado siempre desafina a los pianos. El afinador acarició las cuerdas mientras susurraba palabras de amor. Cuando hubo finalizado, el dueño le invitó a ver el concierto. El hombre accedió encantado.
El afinador se sentó en una de las butacas justo enfrente con la idea de poder observarlo todo con pelos y señales, inconsciente de lo que iba a ver. Porque cuando el concierto comenzó, el hombre pudo al fin descubrir que su piano no estaba enamorado de él, sino de aquel hombre pasional que le aporreaba las teclas como si de un demonio se tratara. El dolor se aferró a su corazón y quiso arrancarse los ojos, para no seguir viendo como aquellos dos hacían el amor impunemente delante de todo el mundo, delante de él.
Volvió al mes siguiente, cabizbajo, abatido. Observó a su amante infiel y realizó su labor con lágrimas en los ojos.
- ¿Por qué? -preguntó dolorido-, yo te cuido, te mimo, te lo doy todo. Él te utiliza, te manosea, te violenta. ¿Por qué él y no yo?
- ¿Por qué yo y no otro? -respondió entonces el piano-. Los sentimientos no se controlan, el amor no se elige. Desgraciadamente, se siente o no se siente, y nada hay que podamos hacer para controlarlo.
Al otro mes, el afinador volvió a hacer su trabajo, con pesadumbre, con dolor, con infinito amor. Porque, como le dijo el piano, eso es algo que no podemos controlar.

lunes, 23 de mayo de 2011

Te doy mis ojos

Él no lo entendía. Por mucho que ella intentara explicárselo, él no entendía cómo ella podía seguir creyendo que el mundo iba a cambiar.
- La gente es basura -decía lleno de rencor-, cuanto mejor te portes con ellos más provecho sacarán de ti.
- Si todos pensamos igual -replicaba ella-, no estamos dejando hueco a la esperanza.
- Yo lo único que espero es que abras los ojos de una santa vez para que dejen de tomarte el pelo.
Y así acababan todas las discusiones, aunque en realidad, no terminaban. Él seguía a lo suyo y miraba con reproche cómo ella volvía a caer en las redes de la confianza.
Ella era todo amor, la única persona en la que él confiaba plenamente, por eso no quería verla sufrir depositando su fe en el mundo. Pero ella no se rendía. Cuando aparecía otra crueldad en su entorno, respondía con un acto de pura caridad, cuando la injusticia subía un nuevo peldaño, regalaba abrazos a desconocidos, cuando cuando la corrupción volvía a ganar poder, repartía honestidad entre los más desfavorecidos. Él no podía entenderlo, y de verdad que quería hacerlo, pero aquellas acciones le parecían inútiles como sembrar un paraje yermo con la más fértil de las semillas.
Y ocurrió lo inesperado. Un accidente fortuíto, de esos que te cambian la vida de la noche a la mañana, lo dejó ciego. Estuvo inconsciente durante más de una semana y cuando despertó, vio. En uno de esos maravillosos e incompresibles actos de generosidad, ella le había donado sus propios ojos. Llorando desconsoladamente, él preguntó qué cosa podía hacer a cambio y ella le pidió que la llevara a una manifestación que se había convocado el día de las elecciones.
Cuando llegaron allí, él vio un numeroso grupo de gente entregada por la causa común de mejorar el mundo. Cada vez más y más ciudadanos se congregaban exigiendo lo que nos habían enseñado que era la justicia. Personas unidas por un ideal limpio, por una una vida mejor, para todos. Él miró a su alrededor y sólo vio amor.
- Es tan bonito -le relataba a ella con emoción-, ojalá pudieras verlo todo.
- Lo veo, siempre lo he visto. Eras tú el que estaba ciego, desde mucho antes de perder los ojos.
Al día siguiente ganaron las elecciones los mismos corruptos de siempre. Pero aquello no había sido lo de siempre, porque él tenía nuevos ojos y los usaría para ver la verdad y luchar por un futuro mejor. #spanishrevolution.

martes, 10 de mayo de 2011

Al final del tiempo

Cuando el Tiempo sintió que llegaba su fin llamó a todos sus hijos a su presencia. Cada uno de los años que formaban la historia se presentó para decir adiós a su padre. El Tiempo, a pesar de que nuestra percepción nos diga lo contrario, no es lineal; así que algunos años se presentaban en pleno auge de vida, mientras que otros se encontraban empezando su andadura y algunos ya se acercaban al final como su propio padre. Los años tenían diferentes nombres, impuestos por varias civilizaciones, pero para no liarnos, aquí les llamaremos por su nombre cristiano occidental.
El año 460 antes de Cristo se acercó al Tiempo con ese aire ecuánime y justo que le caracterizaba, no era el primer año que presentaba una democracia, pero sí el más importante, el que creó escuela en cuanto a ello. Junto a él se encontraba el año cero, ya mayor y por lo tanto lo suficientemente sabio para sentirse en debate entre los sentimientos de orgullo por haber sido testigo del nacimiento de un gran hombre y avergonzado por saber la corrupción que sufrirían los ideales del mismo. 1492 observó con curiosidad el lamentable estado de su progenitor, mientras que 1945 montaba en cólera y reaccionaba con violencia ante la situación a la que se enfrentaban.
1893 ignoró los aspavientos de su belicoso hermano y se arrodilló amorosamente junto al Tiempo con una pequeña compresa con la que refrescó su frente, su reacción era normal, después de todo, fue el año en que las mujeres empezaron a reclamar su lugar en el mundo. 1929 no pudo evitar echarse a llorar desconsoladamente, no era culpa suya el ser un año frágil y delicado. 1972 intentó animar a su hermano con un poco de música disco, pero aquello quedaba definitivamente fuera de lugar...
el Tiempo miró a todos y cada uno de sus hijos detenidamente. Eran todos tan iguales y sin embargo tan diferentes. Los había pacíficos, luchadores, retorcidos, depresivos, amantes, pero al final, en esencia, todos eran sus pequeños. El viejo Tiempo reparó entonces en 2011, medio escondido entre sus hermanos, era un año tímido y un poco infantil, a pesar de que se presentaba ante su padre casi en el ecuador de su vida. El progenitor llamó a su vástago con un gesto y el otro se acercó dubitativo. 2011  tenía el miedo de la incertidumbre en sus ojos. Miró a su padre con ansiedad, esperando la respuesta a su angustia. El Tiempo abrazó tiernamente a su hijo y le susurró al oído: "No te preocupes, todo va a salir bien".

lunes, 9 de mayo de 2011

Pablete todo lo logra


Pablete siempre estaba sonriendo. Tenía una sonrisa poderosa, de esas que no puedes evitar sentir el contagio. Y cuando la gente preguntaba a qué se debía aquella eterna sonrisa, él no respondía, simplemente se limitaba a seguir sonriendo y a acariar la pequeña caja que llevaba en su mano izquierda. Aquella cajita era otro de los misterios que rodeaban a Pablete. Un día apareció con ella en la mano, así sin más. Años hace ya de aquella primera vez, pero nadie volvió a ver al muchacho sin ella. Salía con sus amigos, iba al cine, acudía al trabajo, y hasta en la cama le podías encontrar con con su espléndida sonrisa y su misteriosa cajita.
Lo cierto es que la gente no acababa de entenderlo. Al principio, nadie daba un duro por el chaval; es decir, era un tipo simpático y gracioso, con cierto talento, es verdad, pero no parecía tener el carácter necesario para triunfar en la vida. Sin embargo, un día apareció con aquella caja y cuando le preguntaron por ella simplemente respondió con una sonrisa "contiene lo que me hace falta para lograr el éxito". Ni qué decir tiene que todos rieron ante semejante ocurrencia. No, definitivamente, Pablete no era de los que llegan al éxito, de ninguna manera...Él sabía que todos pensaban eso, pero le daba igual, en su pequeña caja tenía todo lo necesario para demostrarles que se equivocaban, y al pensar en ello, su contagiosa sonrisa llegaba a convertirse en la más burbujeante de las risas.
Y el caso es que, con el tiempo, Pablete irradiaba más y más confianza en aquello que escondía la caja. Así que todos, de alguna manera, empezaron a plantearse que quizá tenía algo verdaderamente importante, algo que nadie más podía tener, algo que cualquiera querría poseer.
Finalmente, Pablete triunfó. Consiguió llegar a lo más alto, alcanzó todas y cada una de las metas que se había propuesto, siempre acompañado por su sonrisa y su enigmática cajita. Un día decidió revelar al mundo el secreto de su éxito. Convocó una rueda de prensa a la que acudieron los medios de comunicación de un montón de países. La gente se apiñó frente a sus televisores, muertos de curiosidad y con la esperanza de que lo que Pablete les revelara esa noche les cambiaría la vida para siempre. Él los miró en silencio, por supuesto, sonriendo, y lentamente abrió la caja y mostró su contenido al mundo. Lo que había en el fondo de la cajita era un espejo.


lunes, 28 de marzo de 2011

Lucio

Lucio nació con un defecto genético, era incapaz de tener sentimientos propios y sólo reproducía los de las personas que se encontraban a su alrededor. Al nacer, todos reían a su alrededor por la alegría de su venida al mundo, así que el bebé hizo lo que todo el mundo, se rió junto a ellos. Aquello provocó el asombro general de todos los presentes, y el pequeño volvió a copiar sus sentimientos asombrándose con igual intensidad. La única que se quedó a su lado fue su madre, pero nunca congeniaron demasiado bien, porque ella le tenía miedo, y por lo tanto, él mismo también lo hacía.
En el colegio, la cosa no fue a mejor, su relación con los demás niños funcionaba bien mientras estuviesen jugando a cualquier cosa, pero se iba directa al garete en cuanto alguno caía al suelo y se echaba a llorar. Nadie entendía que Lucio acompañara en el llanto al otro y creían que intentaba llamar la atención. Tampoco comprendían cómo podía de repente ponerse de parte del matón del colegio y repartir el odio y la frustración que el otro tenía dentro. Los adultos intentaban analizarlo, entenderlo, pero es imposible analizar a un niño de cinco años que se comporta de una manera tan irracional como cualquier adulto.
Al final, Lucio estaba solo. Sólo en su interior, donde no había nada, ningún sentimiento propio, ningún arraigo personal, sólo un enorme vacío inexplicable, frío, demoledor. A pesar de cómo eso puede sonar, la falta de sentimientos no hacía daño al muchacho (ya que el daño era en sí mismo un sentimiento), pero sí que le provocaba una morbosa curiosidad que le movió a estudiar y profundizar sobre el tema y, finalmente, le llevó a estudiar la carrera de psicología.
Al llegar a la edad adulta, Lucio decidió probar sus conocimientos adquiridos en su propio gabinete, pero el resultado inicial fue bastante desastroso. No había implicación por su parte, no sabía aconsejar, no podía guiar a los demás a solucionar sus problemas con los sentimientos, puesto que él no tenía ninguno propio. Pero un día, se dejó llevar por su empatía especial con uno de sus pacientes. El hombre observó sus frustraciones en Lucio, como si se encontrara frente a un espejo de su alma y lo entendió todo. Pronto se corrió la voz de la terapia revolucionaria de este nuevo psicólogo, que te mostraba cómo te ven los demás desde fuera y hacía que comprendieras por ti mismo qué era lo que iba mal y cómo solucionarlo. Fue una absoluta revolución, la gente se agolpaba en su sala de espera y Lucio vivía cada día en su propio cuerpo el amor, el odio, la frustración, el anhelo, la esperanza, la codicia, etc, y poco a poco, fue comprendiendo que todos somos iguales, que los demonios interiores son fruto de la verdadera falta de amor. Y finalmente, Lucio aprendió a amar a todos y cada uno de sus prójimos, con sus defectos y virtudes. Nunca aprendió otro sentimiento, pero tampoco lo echó en falta.