viernes, 17 de diciembre de 2010

Los feos también mojan




Rafa era lo que se viene a denominar un feo con avaricia (vamos, que parecía que quería toda la fealdad para él solito). Sus amigos siempre decían que era muy gracioso, pero la verdad es que tampoco era para tanto, lo que pasaba era que no tenía ningún atributo físico agradable de ver, por lo que era el típico comentario de intentar sacar algo positivo del asunto.
El chico era perfectamente consciente de su fealdad (como para no serlo). Tenía la nariz demasiado pequeña y algo torcida, la boca enorme (y también torcida) y parecía que alguien había lanzado un puñado de dientes contra sus encías y así se habían quedado, las orejas eran como dos chuletones de Ávila y, además, era notable que una estaba más arriba que la otra, el pelo (el poco que tenía) era grasiento y medio rizado, de esos que ni chicha ni limoná. El resultado del conjunto era todo un poema.
Sus amigos le instaban continuamente a que fuera al gimnasio. Opinaban que, ya que no había nada que hacer con semejante cara, pues podría currarse un cuerpo de escándalo y convertirse así en uno de esos hombres-gamba (de los que se aprovecha todo menos la cabeza), pero a Rafa el deporte como que tampoco le motivaba mucho.
Y así andaba el hombre, hecho un cristo, que ni ganas de salir de copas le daban, por no ver las caras de asco de las chavalas y las risas mal camufladas de los grupos de gente. Lo que pasa es que tampoco es plan el quedarse en casa para vestir santos, que ya bastante tenía el pobre con ser más feo que pegarle a un padre, así que se armaba de valor y se echaba a las calles. Lo cierto es que la mayoría de las veces volvía a casa más solo que la una, hasta la noche en que conoció a Estrella.
Estrella era una chica difícil de ver (o de no ver, según cómo se mire). La nariz demasiado grande, la boca muy pequeña, los ojos juntos (y un poco bizcos) y la melena más fea y sosa de la historia de la humanidad. Aquella noche había salido a tomar algo con unas amigas, pero todas habían ligado y se largaron dejándola sola con su vodka naranja. Y así fue como Rafa la encontró.
Para ser honestos, lo primero que pensaron ambos al ver al otro fue “este (esta) no saldrá corriendo”. Rafa se acercó tímidamente y le preguntó que qué hacía una chica tan guapa sola. Después del ataque de risa, Estrella le dijo que si quería sentarse a tomar algo con ella. Estuvieron charlando y riendo un buen rato. A la cuarta copa se besaron, y a la sexta decidieron irse juntos al piso de él.
Borrachos y desnudos en la cama, Rafa fue recorriendo el cuerpo de Estrella suavemente con las manos, mientras la chica se estremecía al contacto. Piel contra piel, labio contra labio, dedos contra dedos, ambos fueron buscando al otro ansiosamente, con deseo y pasión. Justo en el momento del orgasmo, se miraron a los ojos y supieron que estarían juntos para siempre, y no porque no merecieran algo mejor, sino porque no habría nadie mejor, porque definitivamente, la belleza no está ni en el exterior ni en el interior, sino en los ojos de la persona que te ama.

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