miércoles, 7 de marzo de 2012

El invierno enamorado

Otoño supo que aquella pasión había acabado cuando comenzaron a caérsele las hojas. Invierno y otoño llevaban juntos mucho tiempo, desde que se conocieron la primera vez no pudieron separarse más. Pero nada es para siempre, y finalmente, el aire melancólico de Otoño hizo mella en la relación. Todo se iba enfriando cada vez más, la chispa había muerto, no había ni siquiera ganas de discutir. Hasta que un frío 23 de diciembre, Otoño se marchó.
Invierno se quedó solo, desconsolado, perdido y sin rumbo por entre el gentío que celebraba los excesos de la navidad y el fin de año. Así que todos aquellos que os preguntais porqué os sentís tan desdichados en esas fiestas, ya sabéis que la respuesta es la desolación del corazón roto del pobre Invierno.
La soledad se hizo cada vez más patente, comenzando el año sin tener con quién, encontrando a cada esquina un recuerdo que creía haber perdido y que le arrancaba cruelmente otro trocito de su indefenso y frágil corázón de hielo. Invierno tapó todos los marrones y ocres con el blanco más puro, en un intento de reclamar la atención de Otoño, como diciendo que sus colores eran corruptos, malvados, frente a la pureza de su blanco dañado. Son esas cosas que hacemos para intentar de manera vana mantener un contacto con quien ya no quiere saber nada de nosotros. Pero el otro no respondió, no dio señales de vida. Entonces, Invierno optó por la estrategia de hacer que la cosa iba estupendamente, que era feliz y todo eso, así que en febrero montó unas fiestas de carnaval de agárrate y no te menees, con un montón de colores y músicas. Pero Otoño tampoco se dio por aludido, porque la verdad es que cuando algo se acaba, se acaba, y las mil estrategias que montemos solo sirven para anclarnos en el pasado y el dolor. Invierno comprendió esto y por fin dejó escapar el llanto tanto tiempo contenido durante el entierro de la sardina.
Llegó marzo y con él la tranquilidad. Invierno había dejado que el dolor se fuera, cerró la puerta y se encaró a la soledad con firmeza y serenidad. Ya no tenía miedo, estar solo no es tan malo, le ayuda a uno a conocerse mejor, y descubrir cosas maravillosas de tu propia persona. Y en esta serenidad, de repente, percibió un nuevo calor. Levantó la vista hacia la dirección desde donde llegaba aquel calor y entonces vio a Primavera, hermosa, esplendorosa, rodeada por los colores más vivos y la mirada más brillante. Y de esta manera, cuando ya lo daba todo por perdido, Invierno volvió a abrir su corazón, y el 23 de junio, Invierno y Primavera tuvieron un hermoso y radiante bebé al que llamaron Verano.

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