miércoles, 9 de febrero de 2011

la casa desencantada

Sentí cómo la vecina del 5D abría la puerta despacito, sin hacer el más mínimo ruído. Los dos sabíamos que aquella acción era ridícula. Hacía casi cuatro meses que él la había abandonado, pero ella seguía teniendo cuidado de no hacer ruído cuando regresaba del turno de noche. Se excusaba a si misma diciendo que no quería despertar a Sansón, su gato siamés, una tontería porque los gatos se despiertan aunque no hagas ni el más ligero sonido. Yo la veía caminar en la oscuridad del pasillo, dejar el bolso y el abrigo en el salón y dirigirse a la cocina con intención de pillar algo de la nevera. Otra estupidez, desde que él no estaba, ella ya no cocinaba, así que nunca había nada en la nevera. Se mete en la gran cama medio hambrienta, esperando que al despertar todo haya sido un sueño.
A la misma hora, el adolescente del 3B se sienta en su propia cama mirando al vacío. Está enamorado hasta el punto de doler. Es un dolor intenso, que se le clava en el pecho como un clavo al rojo. Es un dolor solitario, llora por las noches mordiendo su almohada para que nadie le descubra. El primer amor nunca debería ser no correspondido.
La del 1A da vueltas en la cama insomne, parecería que los ronquidos de su marido son el motivo de su falta de sueño. Ni siquiera los oye. Piensa y piensa y vuelve a pensar. La ve en su mente, perfecta, hermosa como la luz del sol, magnífica como las estrellas e igual de inalcanzable. En sus horas de vigilia fabrica planes y estrategias, idea mil historias con el mismo final, las dos juntas, felices, llenándose la una de la otra. Sabe que nunca lo hará, sabe que mañana recogerá a los niños en el colegio apenas dedicándole una tímida sonrisa y volverá a casa a hacer la cena. Se meterá en la cama con los ronquidos de su marido como banda sonora de sus anhelos.
También tengo un portero, soy una casa de las de antes, con un pequeño piso para el portero en el entresuelo. El hombre fue feliz en su matrimonio, tan feliz como ahora es desgraciado en la soledad. El amor del portero no dio frutos, no hay hijos, no hay nietos. Sus ojos brillan cuando ve pasar a los niños y piensa en esos viejos que refunfuñan cuando les dejan a los nietos al cargo mientras sus hijos trabajan. Él estaría encantado de refunfuñar, pero no tiene a quién. Alguna vez se le escapa una lágrima mientras limpia los portaretratos de su esposa.
En el 4C vive una solterona. Al parecer, ahora ya no se las llama así, pero yo soy una casa antigua, demasiado vieja para cambiar a estas alturas. Como ella. El tiempo se le ha escapado de las manos. Se tomó demasiado a pecho el desplante de un chaval, y ya no se atrevió a iniciar relaciones con ningún otro hombre. No ha dejado de soñar. Cada noche se acuesta viendo viejas películas americanas, deseando secrétamente que el protagonista atraviese la pantalla y la rescate de su condenada soledad. Los personajes de las películas le hacen sentir segura, son tan irreales que sabe a ciencia cierta que nunca le romperán el corazón.
Justo en la puerta de al lado vive un joven introvertido, de esos de gafas de pasta y coderas en la chaqueta. Nunca saluda a nadie cuando coincide con los vecinos por los pasillos. Apenas sale. Del trabajo a casa y de casa al trabajo. Dice a sus compañeros que está escribiendo una novela y que eso le absorve el tiempo. La novela está escrita desde hace mucho, guardada en un cajón. Jamás la llevará a una editorial, sabe que es estéril, que no cuenta nada, porque para contar algo tienes que poner el alma en ello y, sobretodo, vivir. Se pasa las noches frente al ordenador, mirando compulsivamente los perfiles de mujeres en internet. Nunca se ha atrevido no sólo a enviar un mensaje sino tampoco a contestar a los que le envían.
Y heme aquí, encantada y desencantada. Embrujada desde hace más de cien años y sin poder expresarme y sacar todos los maleficios y embrujos que llevo dentro, porque, ¿cómo pueden competir mis pobres fantasmas con los de todos y cada uno de mis inquilinos? Ay, estos humanos, cómo son...

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