viernes, 5 de agosto de 2011

Indignado

La Puerta del Sol estaba acordonada por la policía, los helicópteros no paraban de revolotear alrededor, como sabuesos que buscan a su presa. La gente estaba asustada, desorientada, hacía ya muchos años que la dictadura había acabado, así que el estado de sitio les quedaba a todos un poco lejos, la mayoría ni siquiera sabía lo que eso era. Unos pocos valientes se acercaban a los alrededores del centro de la capital, ansiosos, frustrados ante lo que consideraban injusto, luchando por su propia libertad y la de sus congéneres. Luego estaban otros, que incluso inicialmente estaban de acuerdo con el movimiento revolucionario, que habían decidido que ya estaba bien de jaleo, y que la policía hacía bien en desalojar a aquellos que no hacían más que estorbar y pertubar a las personas. Y en estas estaban todos, revolucionados, revolucionando, cuando Dios apareció en medio de la mismísima Puerta del Sol.
Estaba callado, como meditando, vestía una ropa muy normal, así como tirando a rollo tiradillo, hippie, incluso pelín perro-flauta, si no fuera por la fuerza que emanaba, nadie se hubiese dado cuenta de quién era. Pero no había duda, era Dios, el supuesto creador de todo lo que existe. El silencio se hizo casi eterno, hasta que por fin, él mismo decidió hablar. Cuando lo hizo todo el mundo escuchó, y cuando digo todo el mundo, me refiero a todo el planeta. ¿Qué cómo pudo? Fácil, era Dios.
- ¿Os habéis vuelto locos? -fue lo primero que salió de su boca- Os doy un planeta para vivir, para que lo hagáis vuestro propio paraiso, os dejo una infinidad de maravillas, paisajes, alimentos, plantas, animales, os lo doy todo para ser felices y  la libertad para hacer lo que considereis conveniente, y vosotros vais y le dais el poder a cuatro sinvergüenzas que están destrozando vuestras vidas y el propio planeta.
Silencio.
Ahora resulta -continuó-, que vienen unos señores que dicen que hablan en mi nombre y vosotros les seguís a pies juntillas sin decir ni esta boca es mía. ¿Para qué os he dado yo un cerebro? O sea, que envío a mi hijo a que nazca en la familia más pobre y que predique el amor, y estos aparecen ahora, gastando fortunas en vivir como reyes, amasando dinero y poder como si fueran los únicos que vivieran en el mundo, y vosotros creéis que hablan en mi nombre. ¿Sois imbéciles?
Silencio.
-¿Creéis que si ese Papa creyera en mi haría las barbaridades que hace? Deciden que el sexo es sólo para procrear y condenan a un continente como África a morir antes que a usar preservativos, porque es la palabra de Dios. ¿No os enseñé que la palabra de Dios era Amor? ¿No os dije que os amarais los unos a los otros? ¿Acaso sois más felices viendo cómo este señor se lo queda todo? ¿Pero no veis cómo la gente se muere de hambre mientras aquí se gasta el asqueroso dinero para que él venga y os liais a pelearos todos por su simple visita?
Silencio.
- Tenéis que acabar con esto de una vez. Tenéis que tomar las riendas de vuestra vida. Sé que es más fácil dejarse llevar, que otros tomen las decisiones, pero ya es tiempo de que esto acabe, de que seáis responsables de vuestra propia vida, porque es vuestra y nadie la va a vivir por vosotros. Haced lo que debéis hacer y dejad de poner vuestras almas en manos de quien no la tiene. Sed libres, que es el mayor regalo que os he dado. Y recordad una cosa: Amar nunca es pecado.
Y con este último mensaje, desapareció.
¿FIN?

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