lunes, 1 de agosto de 2011

Ecos de amor

Orlando no estaba loco, ni era tonto ni nada por el estilo. Lo único que ocurría es que llevaba demasiado tiempo solo en aquella montaña. En un principio, había sido él mismo quién había decidido alejarse del bullicio, de la hipocresía y de la falta de humanidad de las ciudades, y se había refugiado en aquel caserón apartado de cualquier signo de civilización. Y eso estuvo bien durante un tiempo. Aquello era un paraíso de paz y de armonía lleno de olores, colores y sabores que jamás podrían atravesar la crueldad de los edificios, ni los agresivos humos que envolvían a las grandes urbes. Pero con el paso del tiempo, la necesidad de comunicación se fue abriendo paso por entre las diferentes maravillas que le rodeaban, hasta que un día se le ocurrió un juego tonto: comunicarse con el eco de la montaña.
- Hooooolaaaaaaa -gritaba por las mañanas al borde del abismo.
- ...olaaaaaaaaa -le respondía el eco con suavidad.
- Buenoooos díaaaaaaas -deseaba Orlando a su eco.
- ...uenoooos díaaaaas -contestaba el otro con el mismo entusiasmo.
Poco a poco, el hombre fue desarrollando aquel juego y sin darse cuenta, profundizando en su relación con el eco, el cuál no sólo parecía escucharle, sino que había encontrado en él, un alma gemela, alguien que sentía las mismas pasiones, que vivía los mismos sueños. Así que no fue de extrañar que Orlando acabara por enamorarse del eco perdidamente.
- Te quierooooooooo -gritó por fin un día, un poco asustado ante la posibilidad del rechazo.
- ...e quierooooooooo -admitió el eco con idéntica pasión.
Le quería, su eco le quería. Orlando se sintió el hombre más afortunado de la tierra. No tenía otro pensamiento en el día que el de pasar el máximo tiempo al borde del abismo, para disfrutar de la compañía de su maravilloso amor.
- Te quieroooooooo.
-Yo también.
Orlando se asustó al escuchar aquella respuesta, pero al girarse vio a Marisa, la novia que su antiguo yo había tenido en la ciudad. Estaba plantada ante él, con aspecto decidido.
- Como no regresabas, he venido a buscarte -dijo al fin.
- Lo siento, llegas tarde -confesó él-, he dado todo mi amor al eco, y sólo a él pertenece mi corazón.
- Ya lo he oído -admitió ella-, ¿y cómo es eso posible?
- El eco me quiere, siempre me escucha, no se enfada conmigo, comparte mis sentimientos y también mis pensamientos. Mi eco me quiere, mira: Te quieroooooooo!!!
- ...e quierooooooo!!!
- ¿Lo ves?
- Bueno, puede que yo me enfadara contigo, que no siempre te diera la razón, que a veces incluso no te escuchara, pero ¿sabes qué? cuando yo te decía "Te quiero" lo hacía con todas las letras.

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