martes, 13 de septiembre de 2011

El nombre

Cuando nació decidieron llamarla Soledad, en recuerdo de algún familiar ya difunto. Así que desde el mismo día que entró en el mundo debió cumplir con la obligación de llenar el hueco de amor que había dejado otra persona, con la sobrecarga de llevar un nombre que pronosticaba una vida anónima y solitaria. Soledad. ¿Quién, en su sano juicio, elige un nombre tan triste para una niña? Llamarse así era para ella como una condena, un estigma que debía llevar por el resto de su miserable vida.
Nunca quiso que usaran diminutivos de su nombre, ni apelativos cariñosos. Habían decidido que se llamaría Soledad, y así tenía que ser. Y no es que estuviese realmente sola, no, que va, siempre estuvo rodeada de gente. Familiares, vecinos, compañeros de clase, compañeros de trabajo... Pero su nombre le pesaba como una losa dura y fría. No hay nadie más solo que aquel que se siente así rodeado de gente.
Su padre le contaba cuentos para dormir cuando era pequeña, y su preferido era el de la Bella Durmiente. Se imaginaba a si misma como aquella princesa maldita. Daba igual que la escondieran, no importaba que la hubiesen apartado de la Corte y de todos los objetos punzantes, porque al final, la aguja de la rueca encontró su dedo irremediablemente. Y así creía que era su destino. Su maldición había sido llamarse Soledad, y por mucho que buscara evitarla, finalmente llegaría a ella con todo su poder. Y desde la más temprana edad decidió que nunca se enamoraría, para evitar de esa forma cualquier atisbo de vana esperanza.
Sola, sola, sola. Un alma en pena, torturada por un nombre cruel. Y entonces conoció a Justo y, a pesar de la promesa que se había hecho de niña, no pudo evitar enamorarse de él. No quería, de verdad que no quería, pero uno no controla a su corazón, uno no decide cuándo y de quién se enamora. Esas cosas simplemente pasan. Así que Soledad vivía aún más triste que antes, porque creía que Justo acabaría de destrozar su maltrecho corazón después de haberlo encendido con una fatua llama de esperanza. Le rehuía, le trataba mal, le increpaba, intentaba alejarse de él con todas sus fuerzas, pero Justo la amaba y no la dejaría escapar. Finalmente, ella cayó en sus brazos, rendida, exhausta de amor. Y entre lágrimas le contó su maldición, como la de la Bella Durmiente.
- Soledad -dijo el muchacho después de oírla-, nuestros nombres no nos definen, sino nuestras acciones. Si te empecinas en tener una vida desdichada, es lo que tendrás. Pero puedes ser tan feliz como cualquiera, si te atreves a luchar y a conquistar la felicidad. La vida está llena de rescoldos, no le añadas tú más de los que trae por si sola.
Y así fue. Soledad y Justo fueron felices, con sus más y sus menos, pero felices. Tuvieron una hija y la llamaron Esperanza. El cuento de hadas de Soledad sí que fue como el de la Bella Durmiente, porque, para ser justos, hay que decir que la princesa estuvo condenada, pero que un apuesto príncipe la salvó.

1 comentario:

  1. Me gusta la moraleja y es verdad que a veces los nombres e incluso los apellidos te condicionan o avergüenzan, pero todo depende de la importancia que tú le des.

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