martes, 20 de diciembre de 2011

Ángulos

El caleidoscopio fue el regalo de Santi cuando cumplió los cuatro años. Sus padres le habían regalado también un camión de bomberos y sus tíos una pistola dorada, pero nada de aquello pudo hacer la más mínima competencia al mágico cilindro y sus fascinantes imágenes. Santi pasaba horas y horas mirando a través de aquel tubo, girándolo y girándolo, descubriendo cada vez una nueva combinación maravillosa, hipnótica. Llevaba el caleidoscopio consigo a todas partes, y como la profesora no se lo dejaba ver en clase, esperaba ansioso a la hora del recreo para poder volver a jugar con él. Poco a poco se fue aislando del resto de niños, y la cosa no fue sino a peor, porque a medida que se fue haciendo mayor su fascinación por el objeto fue creciendo con él. Aprendió a construirlos, de tal forma que podía ir cambiándolos y usándolos de diferentes maneras. Inventó uno con letras, y con su ayuda escribió los más hermosos y estrambóticos poemas. Hizo otro con partes de animales, y de él surgieron las más fantásticas criaturas que poblaron su universo imaginario. Hubo un tercero que unía notas musicales, y pudo con esto componer bellas melodías que deleitaban sus oídos y le llenaban de paz interior. Con cada caleidoscopio, Santi construía una realidad diferente, un mundo de fantasía donde todo era posible, lleno de objetos brillantes, máquinas vivas y animales imposibles. Ver la vida a través de aquellos cristales se convirtió en una verdadera obsesión, ya la idea de ver las cosas en tres simples dimensiones le resultaba terriblemente obsoleta y aburrida, así que terminó por construir un último caleidoscopio en forma de gafas de cristales de colores, de forma que ya no tendría que separarse en ningún momento de su pasión. Por fin vería el mundo como lo imaginaba en su propia cabeza. Caminaba por las calles observándolo todo con verdadero interés, de repente, las fachadas resultaban muchísimo más interesantes, los bancos, las papeleras, las farolas, todo tenía ahora un toque especial, un punto distinto. Y absorto como estaba en esto, se tropezó con Cristina. Cuando recuperó el sentido después del gran empujón se acercó a ella para pedirle disculpas y entonces se maravilló de su belleza, la estudió como hacía con todo, desde todos los ángulos posibles, puede que realmente no fuera la mujer más hermosa del mundo, pero sí lo era de su mundo, era perfecta en su conjunto, caleidoscópicamente perfecta.
- Toma -dijo ella rompiendo su ensimismamiento-, se te ha caído esto.
La chica llevaba en sus manos las gafas de caleidoscopio, que con el golpe habían salido volando. Santi había estado admirando su belleza tal cual era, sin los añadidos de sus cristales, simple y pura tercera dimensión. Y comprendió que maquillar la realidad es bonito, pero que es mucho más bonito disfrutarla tal cual es, porque quizá tardes más en encontrar su belleza, pero cuando la encuentras es de verdad, y no desaparecerá al quitarte las gafas de caleidoscopio.

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