martes, 10 de mayo de 2011

Al final del tiempo

Cuando el Tiempo sintió que llegaba su fin llamó a todos sus hijos a su presencia. Cada uno de los años que formaban la historia se presentó para decir adiós a su padre. El Tiempo, a pesar de que nuestra percepción nos diga lo contrario, no es lineal; así que algunos años se presentaban en pleno auge de vida, mientras que otros se encontraban empezando su andadura y algunos ya se acercaban al final como su propio padre. Los años tenían diferentes nombres, impuestos por varias civilizaciones, pero para no liarnos, aquí les llamaremos por su nombre cristiano occidental.
El año 460 antes de Cristo se acercó al Tiempo con ese aire ecuánime y justo que le caracterizaba, no era el primer año que presentaba una democracia, pero sí el más importante, el que creó escuela en cuanto a ello. Junto a él se encontraba el año cero, ya mayor y por lo tanto lo suficientemente sabio para sentirse en debate entre los sentimientos de orgullo por haber sido testigo del nacimiento de un gran hombre y avergonzado por saber la corrupción que sufrirían los ideales del mismo. 1492 observó con curiosidad el lamentable estado de su progenitor, mientras que 1945 montaba en cólera y reaccionaba con violencia ante la situación a la que se enfrentaban.
1893 ignoró los aspavientos de su belicoso hermano y se arrodilló amorosamente junto al Tiempo con una pequeña compresa con la que refrescó su frente, su reacción era normal, después de todo, fue el año en que las mujeres empezaron a reclamar su lugar en el mundo. 1929 no pudo evitar echarse a llorar desconsoladamente, no era culpa suya el ser un año frágil y delicado. 1972 intentó animar a su hermano con un poco de música disco, pero aquello quedaba definitivamente fuera de lugar...
el Tiempo miró a todos y cada uno de sus hijos detenidamente. Eran todos tan iguales y sin embargo tan diferentes. Los había pacíficos, luchadores, retorcidos, depresivos, amantes, pero al final, en esencia, todos eran sus pequeños. El viejo Tiempo reparó entonces en 2011, medio escondido entre sus hermanos, era un año tímido y un poco infantil, a pesar de que se presentaba ante su padre casi en el ecuador de su vida. El progenitor llamó a su vástago con un gesto y el otro se acercó dubitativo. 2011  tenía el miedo de la incertidumbre en sus ojos. Miró a su padre con ansiedad, esperando la respuesta a su angustia. El Tiempo abrazó tiernamente a su hijo y le susurró al oído: "No te preocupes, todo va a salir bien".

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