lunes, 4 de julio de 2011

Frágil

Alfonso se despertó un día convertido en cristal. Así, sin más. De repente, todo su cuerpo se había transformado en el más puro y frágil de los elementos. Al principio, se quedó en estado de shock, observando su imagen traslúcida en el espejo del baño, pero poco a poco, a medida que transcurría la mañana, fue tomando consciencia de su nueva situación. Aquello era un verdadero problema.
Al moverse por la casa, se dio cuenta de que lo que antes era una acción cotidiana, ahora podía convertirse en un error fatal. No podía simplemente tomar una ducha, ya que si resbalaba se podría hacer añicos contra el suelo de la bañera (y ahora que era de cristal, no sabía qué sentido tendría ducharse, además). Las sillas de la cocina eran rígidas, de duras aristas, imposibles de usar si quería seguir conservando todos sus miembros intactos (y tampoco necesitaba comer, así que la cocina empezó a tener tanta utilidad como el propio cuarto de baño).
Se sentó cuidadosamente en el mullido sofá del salón, más que nada para tomar un respiro y decidir la línea de acción que debía seguir. La cosa era que tendría que salir a trabajar, no podía quedarse en casa eternamente. Pero el mundo está tan lleno de peligros, la gente es mala, cualquiera podría hacer que el pobre Alfonso estallará en mil pedazos... Finalmente, dio con la solución: se disfrazaría de persona normal.
Y así lo hizo. Cada día, se vestía cuidadosamente y aplicaba maquillaje sobre las partes expuestas de su nueva y cristalina piel. El resultado era bastante decente, mientras no se entretuviera a hablar con nadie más de dos minutos, claro. Salía de casa, sin entretenerse demasiado en saludar a los vecinos; llegaba a la oficina y tras unos gestos rápidos se encerraba en su propio despacho hasta la hora de terminar la jornada (como no necesitaba ingerir alimentos, no tenía porqué salir a comer con sus compañeros) y regresaba a casa, sano y salvo. Cuando alguien se le acercaba por algún motivo, se mostraba rudo, como un tipo duro de esos de las pelis de vaqueros. No podía permitir que nadie descubriera lo fácil que podría ser destrozarle.
Este remedio funcionó a las mil maravillas, de primeras. Porque pasado un tiempo, Alfonso comenzó a sentirse cada vez más y más solo. Ya ni siquiera mantenía conversaciones por teléfono, porque eso creaba lazos que luego era incapaz de mantener en persona. Así que se pasaba los días con sus propios pensamientos, con el miedo a romperse, con su soledad.
Acabó resultando demasiado insoportable. El día que su hermana Ana tuvo un hijo, Alfonso se presentó en el hospital sin maquillaje, con toda su frágil desnudez. Su familia le observó con asombro, sin decir palabra. El hombre de cristal se acercó a su sobrino y pidió sostenerlo en sus brazos. Aquel fue el contacto más maravilloso que jamás podía haber imaginado. Cuando dejó al bebé, fue uno por uno a cada miembro de su familia y los abrazó con todo su amor.
Alfonso no recuperó su carne. Siguió siendo de cristal por el resto de sus días, pero ya nunca más escondió su fragilidad. Descubrió que aunque haya gente malvada, la mayoría no lo son. Y todos en su entorno le cuidaron y protegieron para impedir que se rompiera en mil pedazos.

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