jueves, 27 de octubre de 2011

El equívoco

La cosa iba mal desde el principio, porque alguien metió la pata en la oficina de asuntos ultraterrenales y le pusieron a Isabel el alma de una fea. Y eso era un problemón, porque tener un alma que no te corresponde siempre lleva a confusiones de todo tipo, tu comportamiento no cuadra con tu físico, y tu forma de ser está totalmente fuera de lugar. Así que la vida de Isabel estaba destinada al fracaso hiciera lo que hiciera. E hizo mucho, mucho. Lo dio todo por demostrar que al mundo entero que era hermosa por fuera y por dentro, pero es que aquello no era cierto. Porque era verdad que por fuera era realmente hermosa, sin ningún lugar a dudas, pero es que por dentro no lo era. En su interior, Isabel era una gorda con granos y dientes torcidos. Y aunque a priori os parezca una tontería, las personas notan esas cosas. La gente no se apartaba de ella, pero nunca parecían acabar de amarla, por mucho que ella lo intentara.
Desesperada y sin saber muy bien qué hacer, la chica se volcó en lo único bueno que tenía, su propio físico. Cuidaba su cuerpo y su rostro con el esmero y la dedicación de un fanático. Hacía todo tipo de dietas, cremas de diferentes índoles abarrotaban las estanterías de su cuarto de baño, pasaba tres horas diarias entrenando en el gimnasio y otras tantas maquillándose cada vez que tenía que salir a la calle. Se había convertido en un templo de belleza física. Tanto fue así que poco a poco olvidó a aquella chica gordita y torpe que se escondía en su interior y que apartaba a la gente de su lado y se fue convenciendo a si misma de que en realidad, los hombres no la amaban porque la veían inaccesible debido a su extrema hermosura.
Un día alguien tocó a la puerta. Era un señor de la oficina de asuntos ultraterrenales y venía por la reclamación que ella había hecho sobre la equivocación al adjudicarle su alma. Ella ya había olvidado que había puesto aquella reclamación, incluso había olvidado que tenía alma.
- Según esto -decía el hombre mientras revisaba los papeles que había traído-, usted considera que se le ha puesto un alma equivocada.
- Bueno, ahora ya da igual. Ya no estoy interesada en mantener esta queja, puede usted darla por cerrada y no hace falta que me ponga un alma que se corresponda a mi físico.
- Estupendo, porque esos cambios no son posibles -respondió el hombre sin inmutarse.
- ¿Ah, no? ¿Y entonces por qué ha venido usted?
- Para explicarle que las almas como los físicos, también se pueden cuidar y volver bellas, pero que si nos volcamos en nuestra apariencia y olvidamos nuestro interior, entonces es cuando se vuelven verdaderamente feas.
- Ya, eso se lo explica usted a todos esos que nunca se acercaron a mi por culpa de ser fea por dentro.
- No se confunda, no es cierto que no se acercaran, sino que era usted misma la que los apartaba, porque no se puede hacer que nadie vea la hermosura de tu alma si tú mismo eres incapaz de verla primero. Ese es el gran error de los seres humanos, olvidar los ojos propios y tratar siempre de verse con los de los demás.

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