miércoles, 15 de diciembre de 2010

Benito y el amor fraternal



El día que Julián compró a Benito fue uno de los más felices de su vida. Llevaba esperando en aquella estantería más de un mes viendo como familias completas se llevaban los demás peluches una y otra vez. Sabía que aquello se debía al ojo que le faltaba. Se le había desprendido en un pequeño accidente en el traslado desde la fábrica de juguetes, así que los dueños de la tienda lo habían colocado en la estantería con un cartel que indicaba que su precio era mucho menor que el de los otros ositos, pero a pesar de ello, nadie parecía fijarse en él salvo para señalar aquel defecto. Sin embargo, ese fue precisamente el motivo por el que Julián compró a Benito, porque era diferente a todos los demás. Y le llamó el osito Benito porque sonaba muy parecido a bonito. Definitivamente, aquel fue uno de los días más felices de la vida de Benito.
De camino a su nueva casa, el osito fantaseaba con la idea de para quién iba a ser un regalo. Siempre pensó que lo más bonito de ser un juguete era ser el regalo de alguien a otra persona, de ser algo especial, pensado para hacer feliz, y Julián parecía muy nervioso, así que debía de ser alguien muy importante. Benito se imaginaba a sí mismo rodeado por la familia de Julián, su mujer, sus hijos, y él sería, probablemente, el peluche del pequeño de la casa. Dormirían abrazados cada noche, soñando entre los dos con nubes de algodón y caramelos de fresa.
- ¡Ya estoy en casa! -gritó Julián mientras atravesaba el portal con el osito en el brazo.
Al llegar al salón, Benito se llevó una sorpresa enorme. Allí no había ningún niño, ni tampoco estaba la mujer de Julián. Sólo había un señor grandote con barba.
- ¿Lo has comprado? -preguntó el otro.
- Aquí está.
Y al terminar la frase ambos hombres se dieron un largo y apasionado beso.
Benito estaba en estado de shock. ¿Los hombres se besan? Nunca había visto nada igual, y aquello no le parecía normal. Durante su estancia en la tienda vio infinidad de parejas y familias y siempre eran un hombre y una mujer los que iban juntos y se besaban. Benito no pudo evitar sentir una terrible decepción, no había familia, no había niños, sólo dos hombres muy raros que se besaban. Sus ilusiones empezaron a morirse una detrás de otra. Adiós a los sueños de nubes y caramelos.
- Le falta un ojo -dijo el barbudo mientras le observaba atentamente.
- Es diferente, como nosotros -replicó Julián justificando su compra, pero nervioso- ¿Crees que le gustará?
El barbudo exhibió una enorme y franca sonrisa.
- No te preocupes, cariño, le va a encantar.
En ese momento sonó el timbre de la puerta, pero Benito, ensimismado y triste, apenas fue consciente de ello. Los dos hombres se miraron excitados, nerviosos y volvieron a besarse. ¡Qué pesaditos con tanto beso!
El barbudo fue a abrir y Julián empezó a peinar a Benito de arriba a abajo. El osito hubiese deseado en aquel momento saber hablar, para gritarle que le dejara en paz. Finalmente, el otro entró de nuevo en el salón, seguido de una mujer y un niño de unos cinco años. El niño era moreno, pecoso y le faltaban las paletas, pero tenía los ojos grandes, brillantes y sonreía feliz. La mujer le pasó una maleta al barbudo y se agachó junto al niño.
- Te dejo con tus nuevos papás, Nicolás. Ya verás qué bien que lo vas a pasar.
Julián se acercó al niño y le mostró el osito de peluche.
- Se llama Benito, ¿te gusta? -preguntó inseguro.
Al ver al juguete, Nicolás abrió mucho los ojos, lo agarró y lo abrazó fuertemente. Entonces, Benito lo entendió todo. Se había equivocado, Julián sí que tenía una familia, la mejor familia del mundo. Y Benito y Nico soñaron con nubes de algodón y caramelos de fresa muchas y muchas noches.

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