miércoles, 15 de diciembre de 2010

Reflejos



Al principio, Juanjo se quedó maravillado cuando su reflejo se escapó del espejo para quedarse a su lado. De pequeño siempre había fantaseado con la idea de tener un hermano gemelo, pero esto era mucho más, es decir, no era un hermano gemelo; su reflejo era él mismo. Lo hacían todo juntos: se levantaban temprano y bajaban al bar de la esquina a desayunar un café con leche y un croissant; se iban a la oficina en su coche (siempre conducía Juanjo, porque el reflejo, al estar al revés casi los estrella una vez); gastaban bromas a sus compañeros de la oficina; preparaban juntos los estados de cuentas y resolvían las cuentas entre los dos. A media tarde salían de la oficina para tomar unas cañas con los amiguetes, y así en general, lo compartían todo. Y es que tenían los mismos gustos en todo, era natural, al fin y al cabo, como decía, el reflejo era en realidad él mismo.
Pero un día ocurrió lo impensable: el reflejo se enamoró de otra chica. Ocurrió así, de repente. Habían quedado con Ana para ir al cine y el reflejo contestó que no quería, que tenía una cita con una tal Gara. Juanjo ni siquiera recordaba haber conocida a aquella chica (y tenía que haberla conocido, puesto que su reflejo y él nunca se habían separado hasta ese mismo momento).
Juanjo se sentía traicionado, no podía entender cómo había sucedido. Ana era el gran amor de su vida, y el reflejo le estaba dejando mal con ella. Empezaron a distanciarse paulatinamente, y cada uno iba con su respectiva chica a solas por ahí. Él veía la cara de reproche de Ana, aquella cara le decía continuamente: “¿cómo has podido?”.
Finalmente, no pudo soportarlo más y decidió devolver el reflejo al espejo. El otro no puso ninguna resistencia, se dejó llevar, quizá incluso aliviado de dejar atrás aquella situación que los dividía en dos.
Los primeros días fueron tranquilos, incluso Ana parecía más feliz. Todo marchaba estupendamente, hasta el día que Juanjo se encontró con Gara en un centro comercial. Sin saber porqué, le dio un vuelco el corazón. La chica le confesó que echaba de menos al reflejo y él admitió lo mismo. Pasaron la tarde juntos, recordando las cosas que el reflejo les había hecho vivir.
Juanjo llegó a casa confuso, aturdido, sin saber qué era lo que le pasaba por la mente, y mucho menos por el corazón. Arrastrando los pies, llegó al gran espejo del salón. Su reflejo le miró profundamente antes de hablar.
- La amamos -terminó diciendo-. Amamos el brillo de sus ojos, su forma de andar, su risa contagiosa, su pasión al hablar. La amamos.
- Pero yo amo a Ana -replicó Juanjo-. Amo su boca generosa, sus cálidas manos, su capacidad infinita de perdonar, su calor al abrazarme.
- Claro que también amamos a Ana.
- No se puede amar a dos personas a la vez -seguía discutiendo Juanjo-.
- El amor no ocupa espacio, no tiene volumen, por eso es inagotable, puedes amar a tu madre, a tu hermano, a tus amigos y puedes amar a Ana y a Gara. Las personas no mandan sobre sus sentimientos, por eso tú me sacaste del espejo, para poder vivir tus dos amores y no sentirte culpable.
- ¿Y cómo puedo remediarlo?
- No puedes, ya te he dicho que los sentimientos no se dominan. Lo único que puedes hacer es aceptarlos, y cuando lo haces, decidir qué es lo que quieres y ser consecuente con ello. Pero si no tomas ninguna decisión, te romperás por dentro y acabarás por perderlo todo.

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