miércoles, 15 de diciembre de 2010

Subway



Juan Antonio odiaba su vida. Cada mañana se despertaba sin ninguna gana, se duchaba, comía cualquier cosa y se iba a trabajar. Aunque no le quedaba precisamente cerca, si el tiempo se lo permitía, iba caminando a su lugar de trabajo; no porque le gustara hacer deporte, sino porque no soportaba usar los medios de transporte público. Era lógico, al fin y al cabo, Juan Antonio era conductor de metro.
Ocho horas al día, cinco días a la semana (librando dos fines de semana alternos al mes) se ponía al mando de un tren subterráneo con un trayecto fijo que consistía en transportar gente de un lado al otro de la línea. Una dirección, dos sentidos.
Juan Antonio odiaba la soledad de aquella cabina, el ruído chirriante que producían las vías, el no poder variar de camino, pero por encima de todo ello, odiaba la oscuridad, la profunda oscuridad que parecía envolver su vida entera cuando se sumergía en aquellos túneles. Era como si la negrura se le metiera dentro y cubriera su propio corazón, volviéndolo tan negro como ella misma. Pasaba kilómetros y kilómetros de túneles solo, apenas protegido por la tenue luz del interior de la cabina, y con paradas de un fugaz minuto en cada estación, donde podía observar el resto del mundo como una mancha de colores.
Sin tener nada mejor que hacer. Juan Antonio aprendió a retener las imágenes de cada estación de una manera rápida. En sólo un vistazo era capaz de recordar la cantidad de personas que había en el andén, sus ropas, colores, posturas y demás. Y poco a poco, empezó a distinguir a los viajeros habituales. Decidió imaginar cómo se llamaban, adónde irían, cuál sería su trabajo, sus amores, sueños… Hasta que un día conoció a Alicia. Era una chica hermosa, con una melena castaña casi rubia, de aspecto desenfadado y gafas de sol.
Al principio le chocó que Alicia (decidió que debía llamarse así porque le recordaba al personaje de Lewis Carroll) usara gafas de sol. Tardó dos días en darse cuenta de que era ciega, y, curiosamente, eso la hizo aún más atractiva. Se la veía tan segura… Nunca preguntaba a nadie, no tropezaba con nada, entraba, salía y siempre sin ningún error. Era como si la oscuridad en sus ojos fuese mucho menor que la del propio túnel.
Juan Antonio comenzó a imaginarlo todo alrededor de Alicia: su comida favorita, las películas que la hacían llorar, los libros que devoraba con avidez. Pero la realidad era que sólo la veía fugazmente al entrar en la estación y desde el espejo al pie de su cabina. Y sin embargo, la imagen de la chica fue iluminando poco a poco su corazón, apartándolo del gris de su propia existencia.
No planeó encontrarse con ella, pero un día después de la jornada, cansado y apoyado en las escaleras mecánicas, la vio pasar a su lado, firme y decidida como siempre.
- Necesitas ayuda? -le preguntó en un impulso.
- Te parece que la necesito? -respondió ella, desafiante.
- Perdona, yo, sólo pensé…
- Discúlpame tú, he sido una maleducada -dijo ella, avergonzada de su actitud- Es que no me gusta que me tengan lástima.
- No te tengo lástima, al contrario. Pareces tan segura, no tienes miedo a caerte o algo?
- Bueno, ya me he caído mucho, y he aprendido que no es para tanto, te levantas y ya.
- No sé si yo podría…
- Y qué es lo peor que te puede pasar, que te caigas? Sin embargo, si no lo haces, nunca sabrás qué es lo que hay más allá.
- A mí me gusta imaginar qué hay más allá -contestó el otro timidamente.
- Eso está bien, pero la imaginación sólo sirve para que podamos soñar algo con la intención de hacerlo realidad. De lo contrario, en lugar de vivir tus sueños ,vivirás en tus sueños.
- Gracias por el consejo, lo tendré en cuenta. Me llamo Juan Antonio, y tú?
- Alicia, yo me llamo Alicia

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