miércoles, 15 de diciembre de 2010

El viajero del tiempo



Roberto la había cagado de nuevo con María. No sabía cómo lo hacía, pero siempre acababa metiendo la pata, pero esta vez decidió que sería diferente, que lo arreglaría todo. Le costó más de un año, pero al fin consiguió su propósito: construir una máquina del tiempo con la que arreglaría todos sus desastres. Ya no habría más cagadas, ni con María ni con nadie. Probó a viajar unos días antes, justo cuando su novia le pilló besando a aquella chica. Ya está, asunto arreglado. Decidió ir unos meses atrás, cuando se gastó el dinero de las vacaciones que le había prometido en aquella play station. Otro fallo menos. Se fue al año pasado, cuando la dejó tirada el finde por irse con los amigotes al partido. Poco a poco, fue retrocediendo y arreglando todos los detalles que habían estropeado su relación. Cuando ya no quedó ninguno, decidió seguir viajando en el tiempo, para arreglar el resto de cosas que había hecho mal con sus padres, sus hermanos, los amigos, los profes del colegio, los vecinos… Roberto borró todos y cada uno de sus errores, hasta que ya no le quedó nada por corregir. Por fin, decidió volver al presente, donde le estaría esperando María con los brazos abiertos. Al llegar, todo estaba diferente. Era claro que su misión había sido un éxito, le saludaba un montón de gente que no conocía, sus padres y hermanos le habían dejado mensajes cariñosos en el móvil, todo parecía ser perfecto. Pero cuando llegó a casa de María, ésta ni siquiera le reconoció. Roberto se acercó a darle un beso y ella saltó atrás asustada. Él intentó explicarlo todo, su relación, la máquina del tiempo, pero ella le miró con cara incrédula y le cerró la puerta en las narices. Desorientado, Roberto anduvo un rato sin saber qué hacer hasta que se sentó en el banco de un parque. En ese momento,  se sentó a su lado H.G. Wells. Roberto flipó en colores al verle, era su ídolo, el que le había dado la idea de crear la máquina…
- No lo entiendes, ¿verdad? -dijo Wells tras un pequeño silencio de presentación-.
- Nada -admitió el otro-. ¿Qué he hecho mal?
- El intentar no hacer mal -explicó el primero-. Al borrar todos tus errores, fuiste borrando también quién eras. El finde que te fuiste con los amigos al fútbol, María lloró, pero Juan evitó salir con sus otros amigos, que murieron en un accidente de coche. La videoconsola dejó a tu novia sin vacaciones, pero ahora hacéis reuniones con amigos en casa, y ella disfruta enormemente con las partidas que jugáis…
- Pero todo estaba mal -insistió Roberto-, y yo sólo quería arreglarlo.
- Borrar los errores no es arreglar una situación. Enmendarlos sí. Debes reconocer tus fallos, y tratar de corregirlos, eso es la madurez, porque hacer como que no ha pasado nada es de cobardes, y los cobardes nunca tienen las recompensas. Los cobardes no le gustan a María.
Y Roberto volvió a coger la máquina para viajar al pasado y recolocar todos y cada uno de sus errores en su sitio. Cuando terminó fue a buscar a su novia con un enorme ramo de rosas, y cruzó los dedos, para llamar a la suerte y que ella le perdonara.

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