miércoles, 15 de diciembre de 2010

Blacky o la vida efímera



Recuerdo la primera vez que llevé a Blacky al veterinario. Tenía dos meses y la llevamos a ponerle el chip de registro (la pobre no se quejó nada cuando le pincharon con aquel pedazo de aguja que daban mareos sólo de verla). Era el cachorro de cocker más bonito del mundo mundial, con sus perfectos rizos negros, largas orejas que arrastraba con gracia casual y unos enormes ojos melancólicos de los que sabía sacar todo el partido para conseguir lo que quería. El cachorro de cocker más bonito del mundo mundial.
Sólo ha pasado poco más de una década desde aquella primera visita al veterinario, pero Blacky ya es una adorable y dormilona viejita. Lo que para mí ha sido casi un suspiro, para ella ha sido toda una vida. Yo casi no he cambiado (alguna canilla, algún kilillo, ejem), pero mi perrita es ya apenas la sombra de lo que era. En doce años y medio sus rizos de obsidiana se han emblanquecido y sus ojos han perdido todo el brillo de antaño. Ahora ya no quiere salir a jugar a perseguir piedras, ya no corre ni salta, prácticamente sorda y ciega te intuye más por el olfato que por cualquier otro sentido. En un abrir y cerrar de ojos ha pasado de ser mi hija a ser mi abuela.
Y yo la observo, ajada, marchita, con su hilito de energía y recuerdo estos doce años. En el tiempo en el que Blacky ha vivido una vida completa, yo me he mudado a dos mil kilómetros de mi ciudad natal, me he enamorado y desenamorado, he sufrido y reído, he planificado y proyectado mis sueños, me he frustrado al no llegar a mis metas y las he visto llegar poco a poco y una a una. Al final comprendo que doce años dan para mucho, pero sigue siendo una pequeña etapa de lo que (se supone) va a ser mi ciclo de vida. Y para mi perrita, es toda una vida. Ella ni siquiera es consciente de su propia existencia, y me consta que ha sido una existencia feliz, pero corta, tan corta.
Me despido de ella de nuevo, con lágrimas interiores, porque no sé si volveré a tiempo de verla otra vez. Ahora cada vez que la veo, me despido siempre por última vez. Y me recuerdo a mí mismo que debo aprovechar cada segundo de mi efímera vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario