miércoles, 15 de diciembre de 2010

Wet Romeo



Romeo era un pececillo de colores avispado y valiente. Cada mañana se levantaba feliz de estar vivo, se aseaba concienzudamente, desayunaba unos trocitos de gambas secas que encontraba flotando por casa y se preparaba para salir a la aventura. El mundo era un lugar maravilloso y Romeo quería descubrir todos y cada uno de sus rincones.- Pez inactivo, pez muerto -se decía a sí mismo mientras cruzaba la puerta de casa vigorosamente-.Y entonces empezaba su expedición. Recorría cada palmo con curiosa avidez. Lo primero que encontró fue un extraño ser que levantaba y bajaba una de sus aletas al ritmo de unas burbujas que salían debajo suyo. Romeo suponía que era una aleta, pero no lo tenía claro. Además, no tenía cola sino dos ¿aletas? más abajo y una enorme cabeza redonda de la que también salían burbujas. Intentó comunicarse con aquel ser, pero no obtuvo respuesta, así que finalmente desistió. A su lado se encontraba un objeto extraño, como una caja medio abierta, ¿sería un tesoro? El pececillo no se lo pensó dos veces y se adentró en su interior, sin meditar sobre las posibles consecuencias, así era él, atrevido, osado, deseoso y sobre todo, descubridor. No había nada en la caja, salvo un tubito del que parecía que emanaban aquellas burbujas. Feliz con su nuevo descubrimiento, decidió seguir un poco más, todavía le quedaba energía para dejarse sorprender otra vez por el mundo antes de irse a la cama. Había piedras, unas plantas que se contoneaban coquetas al compás del fluir de las aguas, encontró una estructura medio encajada entre las piedras, parecía algo con forma triangular en la base, pero con un cubo en la parte superior, de la que además sobresalía un cilindro que también expulsaba burbujas, ¡era todo tan increíble!De repente, Romeo tropezó con una barrera invisible, no se lo esperaba, así que se dio un golpe bastante serio. Aturdido como se quedó, cuando vio a Julieta creyó estar teniendo visiones, o eso, o había muerto y estaba viendo al ángel más bello de todo el universo. Julieta era perfecta, con sus escamas anaranjadas, sus profundos ojos negros, sus hermosas aletas que se movían voluptuosamente… Se enamoraron, sin más. Romeo la cortejó galantemente, le obsequió con los mejores regalos que había encontrado en sus expediciones, le cantó las más bellas canciones, los mejores poemas, la amó más allá del amor hasta el final del día.Al día siguiente, Romeo se despertó feliz de estar vivo. Se aseó concienzudamente y desayunó antes de salir a la aventura. Descubrió ese día un ser extraño, con cuatro aletas y una enorme cabeza redonda, rodeado de burbujitas y con una misteriosa caja a su lado… Y entonces la vio, Julieta flotaba frente a él, con su hermoso balanceo, sus delicadas agallas, su generosa boca. Se enamoraron, sin más. El valiente pececillo le mostró los escondites más espectaculares, le contó sus más íntimos sueños, la invitó a cenar bajo la luz de la luna y la amó más allá del amor hasta el final del día.Al día siguiente, Romeo tuvo un muy feliz despertar. Aseado y bien nutrido salió de expedición. Encontró una rara estructura encallada, cuyo pico sobresalía y sobre la que se apoyaba un cubo con un cilindro del que salían burbujas. Y al lado estaba Julieta, el ser más bello que jamás habían encontrado sus ojos, con su risa contagiosa, su mirada angelical, su figura perfecta y su grácil movimiento. Se enamoraron, sin más. Bailaron fundidos en un solo ser, se besaron y Romeo le declaró su amor más allá del amor y por toda la eternidad hasta el final del día.Porque así era la memoria de los peces, pequeña y frágil como ellos mismos. Así que Romeo veía a Julieta por primera vez cada día, y podía descubrirla, y encontrar diferentes maneras de amarla cada día. Y la amaba para siempre cada día. Un amor nuevo y eterno cada día.Su dueño, que los observaba a través del cristal de la pecera, rogaba siempre  en secreto poder ser un pequeño pez de colores en su próxima vida.

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