miércoles, 15 de diciembre de 2010

El peso de la pluma



El poder de la palabra. Es un pequeño don, el poner palabras a los sentimientos de los demas, la capacidad de dar voz a los corazones atrapados, enmudecidos. Este es un fragmento de un proyecto de novela. Va dedicado a tod@s l@s q lo necesiten:
“(…)Te sigo queriendo, no lo puedo evitar. Te quiero desde la primera vez que te vi y supongo que te querré hasta el mismo día en que me muera, o incluso más allá. Quién sabe. En estos momentos, mi cabeza se está riendo de mi corazón, ¿Pero cómo puedes ser tan estúpido? le dice; es que la cabeza no entiende de estas cosas, no logra concebir que un corazón se quede colgado por alguien que te trata como tú lo has hecho conmigo, no puede asimilar que se pueda querer tanto que el corazón, un simple músculo, sea capaz de sentir un dolor tan grande.
Me siento fatal. Parece como si todo me diera vueltas y hoy ni siquiera he bebido. Ojalá nunca pases por esto, te lo deseo de verdad. Quizá haya alguien que te diga que es muy bonito querer, aunque sea un amor no correspondido, eso es una burda mentira. Querer a quien no siente lo mismo por ti es horrible. Te levantas cada mañana preguntándote en qué estará pensando, a sabiendas de que no estás en su pensamiento; intentas imaginar mil maneras y tretas para conseguir su amor, al final, la mitad de ellas fracasan estrepitosamente, y la otra mitad, ni te molestas en intentarlo. A cada paso que la otra persona da, a cada mirada, a cada roce, intentas darle un significado que nada tiene que ver con la realidad; entonces, acabas viviendo en un mundo de fantasí­a, entre cuatro paredes invisibles donde el mundo es perfecto para ti.
(…)Te mentirí­a si te dijera que no te odio por lo que me has hecho. Lo hago con la misma pasión con la que te amo. No te confundas, no te odio porque no me quieras, nadie puede mandar sobre su corazón. Lo hago por la forma en que me has dado esperanzas, por la forma en que has sido cariñosa conmigo, por las veces en que te has reído de mis ocurrencias mientras me acariciabas el cabello, por las miles de ocasiones en que me has abrazado llorando al oí­r mis canciones. Te odio por haberme encadenado a tus pies y por haberme soltado luego, al verme lamer la cadena(…)”

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