miércoles, 15 de diciembre de 2010

Fall



Las hojas caen, lo veo desde el balcón de mi habitación. Hace frío, no demasiado aún, pero el aire húmedo anuncia otro día de lluvia. Ha llegado el otoño, se acabó el verano. Una oleada de romántica melancolía se abalanza sobre nuestras ya no tan inocentes cabezas. En otras épocas, los veranos eran largos, llenos de cosas divertidas, playa, sol, juegos, helados y aquellos horribles anuncios de “La vuelta al cole” por los que más de un publicista se habrá agenciado un merecido sitio en el infierno; pero, ahora, los veranos se presentan vacíos, faltos de promesas, anodinos incluso, porque en ellos no pasa absolutamente nada. Es como si te comieras un gigantesco kitkat que te durara tres largos meses. No hay playas, si acaso alguna piscina de interior, con un muestrario de gente absurda que te desgana desde que entras por la puerta. No hay juegos, salvo los que se dan en las profusas noches de los bares. Seguimos teniendo helados, pero son demasiado sofisticados para la simple sencillez del disfrute, les falta la misma inocencia que a ti. Y ya no te afectan los anuncios de “la vuelta al cole” (salvo por una lígera reminiscencia que se te queda como un mal sabor de boca).Supongo que realmente te haces mayor cuando dejas de apenarte porque ha terminado el verano, es más, incluso te alegras un poquito. ¿Entonces, por qué nos sigue invadiendo esa melancolía al ver las hojas caer? ¿Quizá porque necesitamos un poco de esa melancolía en nuestras vidas? Siempre hablamos de buscar los sentimientos positivos en nuestro interior, de hacer esos imaginarios y esotéricos viajes a lo más profundo de nuestro ser para lograr que aflore lo mejor que tenemos, los sentimientos más positivos, y conseguir así alcanzar la felicidad, que es el objetivo final de este introspectivo viaje. Por este motivo, intentamos una y otra vez desechar aquellos sentimientos que nos hacen desgraciados, como la melancolía. Pero siempre regresa. Con una simple imagen, como es la del árbol deshojándose, el corazón se nos encoge. Y yo pienso, que eso es parte de la búsqueda de la felicidad también. No podemos eliminar una parte de nuestro ser para ser felices. la melancolía nos recuerda la fragilidad de nuestra vida, la importancia del día a día, la maravilla de poder recordar momentos felices. Por eso hacemos canciones que nos remueven por dentro, porque no podemos negar unos sentimientos para exaltar otros. Negar la realidad es poner una barrera infranqueable a poder mejorarla. Sintámonos, pues, melancólicos viendo caer las hojas y soñemos con un mundo mejor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario