miércoles, 15 de diciembre de 2010

Me lo dicen mucho



Pues cojo y me voy de vacaciones. Más que nada porque tengo un stress que no me aguanto, y cualquier día me subo a un campanario y me dedico a pegar tiros a todo el que pasa, al más puro estilo americano. Así que, antes de que llegue ese momento que ronda por mi mente (y más teniendo en cuenta que es la opción más clara de acabar saliendo por la tele), me pillo un billete y me voy a la playa, a ver a la familia y amigos isleños. La suerte de poder agrupar visita familiar y vacaciones playeras. Me desfogo haciendo mucho deporte (tengo una hermana multi-aventuras que posee todo tipo de artilugios para practicar una miríada de ejercicios), y consigo un moreno obrero de lo más in. Pura imagen de cuello para arriba y biceps para abajo. Y cuando las agujetas se apoderan de mi cuerpo entero, quedo con los amiguetes.
Y allí me veo, como un albañil (por lo de las marcas de sol) y caminando como un pato mareado gracias al exceso deportil (mucho sufrimiento que no elimina ni por asomo las protuberancias michelines around, qué lástima de vida). Gran fiesta en plena calle. Desfile con carrozas (perdón, quería decir manifestación reivindicativa), con cubatas hasta por intravenosa (mi hígado está recogiendo firmas para que lo donen a un cuerpo de persona responsable). Y en plena efervescencia, con eso de los calores y los alcoholes, voy y me quito la camiseta (yo, que no lo hice ni siquiera en pleno verano en el “Roxy” en NY). Todo un cuadro, con la barriguita blanca al aire (la sirenita depresiva tomando trankimazin) y la carita angelical de tener tres copas demás (ay, si fueran tres…). Y en ese momento, se me acerca mi amigo, me mira a los ojos tres segundos y me suelta una cachetada mientras me dice: “Estás guapo, jodío”. Ya, me lo dicen mucho.

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