miércoles, 15 de diciembre de 2010

Pequeño valiente



Pedrito flipó en colores cuando vio la gorra nueva.
-Halaaaa!!! Cómo molaaa!! -exclamó extasiado mientras se la probaba.
Corrió al espejo que había en el baño de su habitación a mirarse. Su madre observaba en silencio, entre sonriente y melancólica, mientras el niño jugaba con diferentes formas de llevar la gorra. Hacia adelante, hacia atrás, de un lado, del otro…
- Pareces uno de esos de hip-hop -rio al fin, viendo a Pedrito haciendo poses.
- ¿A qué sí? -admitió el otro con entusiasmo-. Es que llevar el pelo rapado me da un rollo de rapero, y ya con la gorra mucho mejor. Yo creo que de mayor seré un rapero, pero no de esos malos que salen en las pelis, no te preocupes, mamá. Yo seré un rapero de los buenos, de los que ayudan a la gente y juegan con los niños.
La madre queda un momento en silencio, recogiendo las lágrimas que nunca permite que salgan, antes de volver a hablar.
- Claro que sí, cariño, serás el cantante más famoso del mundo.
- Y ayudaré a los niños, como los que vienen a jugar con nosotros aquí al hospital.
Justo antes de que la madre pudiera responder, entró el doctor Hernández.
- Buenos días, Pedrito, ¿cómo te encuentras hoy?
El niño salió del baño todo lo deprisa que sus fuerzas le permitían para enseñar al médico su nuevo regalo.
- Hola, doctor -saludó alegremente-, ¿ha visto la gorra que me ha regalado mi mamá?
- Fantástica, pareces un cantante famoso -respondió el otro mientras le guiñaba un ojo-. Oye, Pedrito, ha venido otro niño nuevo, ¿me echas una mano?
- ¡Por supuesto! -contestó Pedrito de manera contundente-. Bueno, mamá, el trabajo me llama. Te veo en la comida.
El niño besó a su madre en la mejilla y salió de la habitación cogido de la mano del doctor. La mujer se quedó sola y permitió que una lágrima asomara discretamente, pero sólo porque era una lágrima de orgullo y alegría, sólo por eso.
El nuevo niño estaba solo en su habitación, con un montón de tubos y una mascarilla de oxígeno. El médico dejó que Pedrito entrara mientras él se quedaba en la puerta y le dejaba hacer.
- Hola -saludó sonriente-, me llamo Pedro, ¿y tú?
- Gustavo -dijo el otro con tono apenado.
- Encantado -Pedrito se acercó a la cama del niño-. No te preocupes, Gus, tan sólo te están haciendo unas pruebas, y ya verás como pronto podrás salir de la habitación como yo y te presentaré a todos los demás. Tenemos un cuarto de juegos muy chulo, nos lo han hecho unos voluntarios majísimos que vienen a jugar con nosotros. ¡Te lo vas a pasar genial!
- No pienso salir de aquí nunca jamás -respondió el otro, tajante-. No dejaré que nadie me vea así.
- ¿Así cómo?
- Calvo.
Pedrito se quitó su gorra nueva y se la puso a Gustavo.
- Hala, ya está. Ahora pareces un rapero de los famosos.
- Me da igual, no pienso salir.
- Pero tienes que hacerlo, es importante para todo el mundo.
- ¿Por qué?
- Porque mi mamá dice que nosotros hacemos que la gente sea mejor, que aprendan a valorar cada minuto de su vida y a amar a los demás por encima de si mismos.  Así que tienes que salir ahí afuera para cumplir con tu misión en el mundo.
Gustavo fue al cuarto de juegos a los dos días, con la gorra de Pedrito. Su madre ya estaba acostumbrada a que el niño regalara todo lo que tenía, y pensaba que su hijo siempre sería el regalo más grande que jamás le daría la vida.

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